MI AMIGA LA SALAMANQUESA

 

Cada anochecer, en verano,  subo a mi terraza a regar las macetas y  allí,  oculta entre  tiestos y  rincones, habita  una salamanquesa (Tarentola mauritanica) que me gusta verla. A veces pienso  que nos hemos hecho amigos  aunque huya despavorida  cuando me aproximo, manguera en ristre, a la hilera de macetas en la que esté cobijada ese día.   Suele aguantar en su escondrijo   hasta que comprende  que el   agua de la manguera es inminente. Intento calmarla con un proceder  idéntico; para crear rutina. Riego  con calma y con el agua sin apenas presión; de manera cenital sobre las macetas para que así no  se desperdicie una sola gota de agua.  Cayendo primero el chorrito sobre las hojas y después  al deslizarse sobre su haz vaya toda   dentro del tiesto para ser absorbida por las raíces. Pero estas sutilezas parece no captarlas mi amiga y  sale disparada como alma que lleva el diablo cruzando por delante de mí. Me gusta verla  con su cuerpo robusto y aplanado lleno de unas protuberancias cónicas dispuestas por todo su cuerpo y sus patas fuertes rematadas en unos dedos que parecen casi humanos.  Ese pequeño reptil  de ojos   saltones que al mirarlos pareces estar viviendo en la época de los dinosaurios suele generar rechazo, pero las pobrecillas están en peligro de extinción y se alimentan de mosquitos que eso sí que son seres repulsivos.




La otra noche volvió a salir huyendo, pero esta vez de una manera inusualmente alocada.  Tanto que me pareció verla arrojándose al vacío.  Me extrañó porque nunca la había hostigado como para que hiciera algo así.  Quedé desconcertado y  tres puntos sobre cuatro decepcionado  por aquella actitud suicida  incomprensible.   Me aproximé con cautela hacia  la esquina por la que la  había visto precipitarse. En esa esquina nace uno de los dos postes que sujetan el toldo que protege del sol a la terraza   cuando, de repente, mi amiga  oculta (que no suicidada) asomó media cabeza por detrás del poste como yo asomaba la mía intentado buscar una explicación a su actitud.  Los dos de perfil viéndonos con un solo ojo.  A un palmo.  Ella me vio y yo la vi. Su ojo grande, oscuro y profundo  atento  me hizo dudar.   No sabía si era ella quien me estaba observando   o era  yo quien  me estaba viendo a mí mismo a través de ella.

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