CUENTO DE NAVIDAD: UNA ADORACIÓN DE OCCIDENTE
UNA ADORACIÓN DE OCCIDENTE El turbador silencio de la noche lo rompió un Ford Fiesta aproximándose a poca velocidad junto a la acera y Erika apretó su bolso. Ese era su nombre de guerra, tan falso —se decía ella— como mucho de lo que rodeaba el ambiente navideño. Se subió un poco más la ya ceñida y corta faldita de cuero negro. El aire gélido soplaba salvaje entre las destartaladas calles de aquel polígono industrial y acuchillaba su cuerpo semidesnudo. La joven Erika se contoneó dibujando bajo los destellos pálidos de una farola los trazos de toda la lascivia de la que era capaz con su silueta. Juntó sus muslos y se irguió para mostrar bien su trasero y sus pechos que ya de por sí se dejaban más que entrever bajo la camisa roja semitransparente de encajes, completamente inútil para proteger del frío y sólo pensada para encender la hoguera de la lujuria en los ojos de quien posara la mirada. A finales de diciembre y primeros de enero era una époc