EL JARDÍN DE MI MADRE #historiasdemadres

 UN RELATO PARA EL CONCURSO DE ZENDA

 #historiasdemadres

El jardín de mi madre   creció conmigo desde pequeño.  La vi  plantar  rosas y   geranios. También claveles  y lavandas. Les hablaba y les cantaba tanto  que conseguía de las plantas que le respondieran  dejándole   mensajes escritos de clorofila y aromas en  el envés de las hojas.   Hasta consiguió que brotara un hermoso manzano con la semillas de un corazón moribundo de manzana mal mordisqueado  que le di. 

Entre   cuatro paredes blancas de cal  y grietas   mi madre  inventó un jardín.

Y las plantas   trepaban por las paredes  ajenas las inclemencias de la vida como trepan los hijos hasta el regazo de sus madres. En aquel jardín todo crecía.  Hasta las mismas palabras   parecían querer  reposar  envueltas en la fragancia de las rosas y geranios, claveles y lavandas para mostrar   que lo más importante en cualquier idioma siempre es el cuidado y el amor. 

En aquel jardín de  rosas y geranios;   claveles y lavandas, sus flores    perfumaban el aire tibio de las noches atrapadas y del tiempo detenido y yo creía que crecían de la tierra. Como crece cualquier vegetal desde la más humilde brizna de hierba hasta el más alto y robusto de los árboles,  pero andaba equivocado. No crecían de la tierra recogida en los bellos maceteros decorados por mi madre  con el  esmero  de quien debe enseñar  el mundo entero a sus hijos.  Crecieron con su corazón.  Como crece cualquier hijo en el vientre de su madre.  Eran sus latidos y no otra cosa quienes  alimentaban  sus tallos,  sus ramas, sus  brotes y sus  hojas.  El corazón de mi madre  bombeaba  savia desde una tierra infinita a los  pétalos rosados, blancos y azules del   jardín. Su amor alcanzaba  hasta las copas del manzano y por eso  sus manzanas eran  siempre  el bocado más dulce del mundo.

   Era mi madre quien las hacía respirar y no el aire  caído sobre ellas   como yo pensaba y  eran de sus manos de quienes recibían  caricias de sol y de  agua que  aquellas ufanas plantas no tenían que implorar al cielo.

   Pero un día, mi madre dejó de respirar y con ella los rosales y  geranios. También los claveles y lavandas.  Hasta el hermoso manzano dejó  de respirar. Mi madre se secó consumida por una muerte siempre insatisfecha al acecho entre los bordes de la vida y su sombra dura y espesa atrapó al jardín. 

 Las rosas, los geranios. También los claveles y lavandas  se secaron. Se cansaron y se secaron.  Hasta  la savia dejó de correr por   el manzano como la alegría  deja  de correr por las venas de un hijo cuando de su madre ya  solo queda en el recuerdo  del sueño  una voz que nunca  volverá.

 Un mundo que será diferente e incierto,  pero nunca igual.

 Tierra muerta. Tierra seca. Sin  madre que riegue las esperanzas de sus hijos.

Creía que las plantas del jardín de mi madre crecían como crecían todas las demás, pero  bien sé que no es así. Crecían como crecen los hijos en el vientre de sus madres, con el amor puro que solo una madre puede dar. 

 Ya tampoco pruebo  las manzanas;  No saben como antes. En realidad, ya no me saben a nada. Solo a la amargura de saber que sin una madre el cielo nunca podrá brillar igual.




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