HISTORIAS DE LA TIERRA. RELATO FINALISTA EN EL VIII CERTAMEN DE RELATOS DE LA UNED.

Hoy, 29 de noviembre acabo de recibir un libro con los relatos ganadores y finalistas del VIII concurso de relatos de la UNED. Uno de los textos publicados es mi relato "Historias de la Tierra" por lo que estoy muy contento y muy agradecido al jurado por haberse fijado en él para seleccionarlo e incluirlo en esta publicación.
Aquí está el relato para que lo lean si les apetece:


HISTORIAS DE LA TIERRA

   La huida de unos soldados a caballo hizo saber a Omar que Qualat estaba a punto de caer en manos cristianas. Él no huiría. Se había cansado de luchar y de huir. Se quedaría en sus tierras el tiempo que pudiera, llorándolas. Una tierra que absorbía sus lágrimas con la curiosidad del tiempo detenido. Omar no podía imaginar que aquellas huertas serían regadas por las lágrimas de otros muchos hombres después a lo largo de la historia, pero lo que no le costaba esfuerzo adivinar era que él no tardaría en hacerlo con su propia sangre. Aquellos naranjos que tenía delante de él, traídos por su padre desde regiones exóticas y que en mayo inundaban de aroma de azahar el espíritu, no eran otra cosa que su vida. Quemaron todos sus árboles y con ellos dejaron su alma calcinada. Por ser hijo de Mahoma le enterraron en las afueras de la ciudad, en aquellos campos llorados y cuando sobre el recuerdo de las cenizas de sus huesos se levantó una ermita ni los cielos ni la tierra crujieron porque ellos no distinguen  religiones ni hombres. 

   Solo de la historia del tiempo detenido.

Aquellos huertas, ajenas al mundo y al hombre, pero a la vez dentro de sus venas siguieron alimentando con el fruto de la savia; pasando de generación en generación y de unas manos a otras. Seguían la vida de la gente, de sus ambiciones y sus cuitas y llegaron nuevos cultivos como patatas y tomates tras el descubrimiento del nuevo mundo, y esos campos, en silencio y a voces de primavera continuaron dóciles dando su fruto, porque es lo único que saben hacer y porque de lo único que entienden es de agua y frío, calor y esfuerzo.
Aquellas huertas cruzadas por arroyos siguieron a lo suyo en un servicio sin fin contando la historia de un mundo que en cada cavada, en cada siembra y en cada recolección devolvía con creces lo que antes les habían entregado. A veces, el cielo entristecía y no dejaba caer agua y los campos gruñían y se revolvían para desazón de los hortelanos y los campesinos, pero siempre había una oportunidad, porque incluso hasta en los días más cerrados siempre puede salir un rayo de sol y cuando los franceses en su huida quemaron la fortaleza y las huertas, nuevamente del humo y la ceniza resurgía el alma de los hijos de la tierra; pero como si nada de lo anterior sirviera, como si el paso del tiempo devorara los recuerdos, con la guerra civil  algunas bombas cayeron del cielo y explotaron rompiendo ese mudo trabajo de la tierra y sus raíces aunque ella, fiel a su lema y generosa con quien la quiere, siguiera con el alivio del hambre de los siglos de los siglos. Hasta que sobre aquellas mismas huertas, con la fortaleza de la mota a sus espaldas y el cariño renovado de los hombres a través de las generaciones, apareció en una fresca mañana clara vestida de azul y blanco una mascarilla. Daba pequeños saltos entre los surcos de la siembra traída por el viento y un hombre, como siglos atrás Omar, no puedo evitar llorar y aquellas lágrimas, en un camino recorrido por los siglos de los siglos, como el e los ríos hacia  el mar, cayeron sobre aquellos campos, silencioso testigo del tiempo detenido. Aquel hombre se acordaba de su padre, al que le encantaba ir a la huerta.

FIN





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