QUIEN CUIDA A LOS NIÑOS RELATO PUBLICADO EN LA REVISTA PANSÉLINOS
Tengo el honor de que la revista cultural Pansélinos en su número 34 me haya publicado el relato "QUIEN CUIDA A LOS NIÑOS". Un relato corto de misterio y suspense con tensión psicológica, inquietante y pertubador. Espero que les guste.
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|QUIÉN CUIDA A LOS NIÑOS|
Sonó el teléfono y Helen se abalanzó felina sobre él. Marcus,
mientras tanto, en el jardín acariciaba a Yago, un gran danés, muy viejo. La contemplaba, con desgano,
a través de
los ventanales y
por la manera en la que ella asentía y gesticulaba al teléfono intuía ( muy
a su pesar) que había conseguido su propósito. <<No tuvieron hijos
cuando pudieron por una decisión
firme e inamovible de ella como las montañas y ahora, en la
cincuentena casi , le entraba un arrebato febril por criar
hijos>>, pensaba irritado vaciando un cartón de leche en el plato de Yago,
derramando parte de la leche fuera del recipiente.
***
La casa ardió por completo.
Ni el señor ni la señora Peterson pudieron hacer nada por escapar de las
llamas. Afortunadamente, sus dos hijos
se salvaron. Entre los escombros y cenizas a los
que quedó reducida la vivienda pudieron encontrarse los cuerpos
calcinados del padre y la madre. El señor Peterson, según el forense, se habría fracturado el fémur, probablemente
al caerle una viga mientras intentaba abrir la puerta del sótano dónde
había quedado atrapada su esposa. La fatalidad
hizo que el pestillo quedase
bloqueado y las llamas devoraran los cuerpos de ambos a cada lado de la
puerta.
Los bomberos nunca habían visto nada igual en sus más de cincuenta años de servicio en Heaven Hill. En
cuestión de minutos las llamas
arrasaron todo. También les impresionó que los dos
hijos, de siete y ocho años, estuvieran en el jardín, observando
el incendio. Sus rostros tenían una expresión difícil de
descifrar, pero nadie hubiera podido afirmar
que fuera miedo o angustia o desesperación.
Tras aquella catástrofe esas dos criaturas quedaban
huérfanas. Sin ningún familiar
conocido. Los Peterson eran de
fuera y se habían establecido en el pueblo
algunos años
antes. Nadie
sabía mucho de ellos, pero se les veía
en misa los domingos y participaban en muchas de las obras de beneficencia que organizaba la
iglesia y el ayuntamiento. Precisamente en la parroquia fue donde
Helen conoció a los Peterson y de ahí surgió la amistad, sobre todo con la señora
Peterson. El día que Helen les invitó
a té y galletas caseras a casa Marcus tuvo que
encerrar a Yago en el cobertizo porque no dejaba de ladrar. Marcus
observaba con discreción a los hijos de
los Peterson. Tenían el cabello muy oscuro ( contrastaba con el tono
bastante más claro de los padres) y, aunque se comportaban de manera
educada, algo extraño, como Yago, percibía en aquellos dos pequeños. Nada que pudiera,
desde luego, verbalizar, pero cuando los observaba con el rabillo del
ojo, por más disimulo que pusiera, parecía que ellos se anticiparan a su
pensamiento topándose con sus pupilas
fijas en él, sosteniéndole
la mirada. Miradas que quedan lejos de lo que podría esperarse de unas miradas inocentes e infantiles,
pero se calló y ya a solas, en la cena,
no comentó nada a Helen acerca de sus impresiones.
***
Marcus después de limpiar la leche que había derramado del plato de Yago
entró a la casa. No necesitó preguntar a Helen con quien
había hablado por teléfono. Ella, exultante, se anticipó:
<<Era el párroco que le anticipaba que los
servicios sociales les autorizaban
a cuidar
de los
hijos de los difuntos Peterson>>.
En el pueblo todos alabaron aquella decisión generosa de Helen y
Marcus de criar a aquellos dos pequeños
indefensos y desamparados tras el terrible fallecimiento de sus padres.
Los primeros meses con los hijos de los Peterson en casa fueron maravillosos. Al menos, para
Helen, aunque a Marcus le daba la impresión de que aquellos
dos niños actuaban de manera calculada para
ganarse la confianza, sobre todo de Helen. A él no es que no le hicieran caso,
pero los besos que le daban a él los sentía fríos como el mármol. Un día, sin más, Helen comentó
que sería mejor dejar atado en el cobertizo a Yago durante el día
porque temía que pudiera morder a los niños. Marcus le dijo que Yago nunca
haría nada parecido y Helen le mostró sus dudas porque le había visto
mostrarles los colmillos a los pequeños en varias ocasiones. Fue entonces cuando Marcus comprendió que algo
en su matrimonio se estaba quebrando por más que Helen lo disfrazara diciéndole que eran sus
celos estúpidos hacia los niños lo que lo estropeaba todo.
Una noche Marcus, víctima
de las zarpas del insomnio y cansado de girar en la cama decidió salir al
jardín a tomar el fresco y ver a Yago. Cruzando el pasillo al pasar por
la puerta de la habitación de los niños le picó la
curiosidad. Abrió muy despacio la puerta
para no hacer ruido y lo suficiente para que entrara un tenue haz de
luz desde el pasillo y lo que vio le hizo
estremecerse. Los dos hermanos estaban incorporados en la cama con
sus ojos abiertos de par en par y muy brillantes y fijos en él. A
la mañana
siguiente, la luz del día borró sus miedos y se pasó todo el día en su
oficina riéndose de sí mismo.
Quizás Helen tuviera razón.
Días después, Yago apareció muerto. <<Era algo que
se veía venir >>, dijo Helen
sin asomo de tristeza, a pesar de que había estado con ellos más
de doce años. Marcus no creía que la edad fuera
la causa de la muerte y pidió al veterinario una autopsia. Éste le miró con escepticismo, pero ante su insistencia y un
billete de cincuenta dólares que dejó caer sobre su mano accedió. La autopsia
reveló que el tracto digestivo del animal estaba quemado por completo.
Marcus buscó en el cobertizo. Allí debería haber guardada
una lata con veneno para roedores sin abrir, pero la encontró desprecintada y semivacía. Después vio a los dos niños asomados a
la ventana del cobertizo observándole muy atentos. Juraría que una
media sonrisa afloraba en sus labios y Marcus pudo adivinar dónde estaba el
veneno que le faltaba a la lata.
Marcus se encaminó al Ayuntamiento. Un amigo de
la infancia trabaja en sus oficinas y le rogó que indagara todo lo que pudiera sobre los Peterson. Averiguaron que venían de
un pueblo a miles de kilómetros de allí. Su amigo funcionario
simulando hacer un informe sobre el censo local llamó al ayuntamiento del
pueblo del que procedían y le dijeron que la familia Peterson
nunca tuvo hijos, pero que, tras mucha insistencia de la señora Peterson,
adoptaron a dos hermanos huérfanos
tras una fatalidad
en forma de incendio en la que murieron sus padres biológicos.
Marcus sintió el miedo galopar por sus venas. Debía llegar
cuanto antes a casa y nada más abrir la puerta llamó a gritos a Helen, decidido
a poner fin a aquello cuanto antes, pero un terrible golpe en su pierna
lo derribó. Una fractura de fémur es algo muy doloroso como bien
pudo certificar antes el señor Paterson cuando también quiso, como Marcus ahora, poner
fin a toda aquella historia con esos dos
niños. Esta vez Helen iba a
tener más de suerte que la señora Peterson. Helen sí escaparía de Marcus, a diferencia de la señora Peterson. Su
marido se esforzó en que no pudiera
escapar dejándola encerrada en el sótano, aunque no pudo
evitar que los niños se escaparan.
—Marcus, amor mío. No corras. Puedes caerte y hacerte daño — Le dijo Helen con una sonrisa fría. Calcada a la de los niños—, pero no debes preocuparte, que yo cuidaré de los niños.
FIN
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