DESPEDIDA DE AÑO VIEJO. #CuentosdeNavidad 2022

 

DESPEDIDA DE AÑO VIEJO

El local estaba sumido en una  penumbra apenas rota por   tenues bandas de luces de neón dibujando motivos navideños como muérdagos y estilizados abetos. Manu, un camarero ya algo mayor, sacaba brillo a la barra con una bayeta, quizá no demasiado limpia, y  sorteando las bandejas de mantecados dispuestas aquí y allá. Eran las 15.20 horas de un 31 de diciembre y en diez minutos abrirían al público.

Además del camarero se encontraban   una docena de chicas  (la mayor no llegaría a los 35 años); todas con  mundo recorrido, probablemente, más del que hubieran querido y más que el de los Reyes Magos de Oriente solo que su cargamento no era oro ni incienso ni mirra.  Aguardaban   con los hombros hundidos y el pensamiento ausente sentadas como estatuas de sal  en los taburetes que rodeaban la barra.

En diez minutos abrimos rugió una voz. Niñas, a ver si me alegráis ese careto que  van a creer que están en un velatorio, coño, que estamos en Navidad.

 Las chicas  posaron la mirada en Rosalinda, la colombiana que regentaba el local con mano firme a pesar de la dulzura con la que a todas ellas, una vez, recibió dándoles la bienvenida a “Paraíso Nuit”.

  Meses atrás una de aquellas chicas, Mariya, una ucraniana  de ojos claros y tez blanca no pudo aguantar más. Había visto por televisión, mientras se maquillaba y vestía con lencería  para atraer  ojos golosos y manos ligeras de la clientela, unas imágenes terroríficas en las que  su barrio natal, cerca de la ciudad de Odesa, aparecía  arrasado por  bombas rusas que cruzaron los cielos a traición, sin dar oportunidad de sobrevivir a nadie. Entre las humaredas de las explosiones las esperanzas de volver a ver  a su familia desaparecieron. Aquella noche se negó a que unos mamarrachos la sobaran porque sí. Intentaban lamerle los hombros y pechos entre carcajadas e insultos porque le habían metido un billete de veinte euros en el tanga. Mariya  soltó una bofetada  al más joven de ellos y se armó una  trifulca. Rosalinda pudo apaciguarlos invitándoles a bebida y  compañías femeninas más complacientes, pero a la mañana siguiente aparecieron en el local dos gorilas. Fueron directos  a la habitación de Mariya. Los golpes que se escucharon servían para explicar a las otras mujeres que  “Paraíso Nuit” era, más bien, el infierno perpetúo.

Y en Navidades  era mucho peor.

Aparecían por “Paraíso Nuit hombres   con sus medias sonrisas bobaliconas deseándoles Feliz Navidad y  canturreando villancicos. Felices porque por unos cuantos billetes podrían inflar su ego y  vaciar su deseo.

<<Mi regalito de Reyes Magos>>, decían algunos abrazándose a aquellas mujeres que se les acercaban como las luciérnagas a la luz con  sonrisas muy forzadas  que a ellos parecía no importar.

Algunas todavía rezaban para  que cuando les tocara subir a las habitaciones con algún cliente,  el servicio como así lo llamaba Rosalinda terminara cuanto antes con el punto y final  en los  ojos de los clientes satisfechos de deseo  que para ellas representaba  la eternidad de un suplicio infinito.

 Muy poco después de las 15.30 horas de aquel 31 de diciembre entró al local  una patulea de hombres.  Acaban de terminar una comida de amigos de Navidad. Tenían prisa y se lió una gran algarabía. Se movían rápido mirando a las chicas con ojos de cazador buscando  presa. Deberían regresar a sus casas  para cenar y recibir  bien, como Dios manda, al año nuevo, pero ahora, se afanaban por despedir al viejo lo mejor que les daba a entender sus entrepiernas. Inundaron el local de risotadas absurdas  y voces estruendosas. Manu servía copas sin parar y las chicas se les acercaban de manera mecánica. Los hombres se  sonreían ufanos mirándose entre sí con un alarde de masculinidad estúpida.

 Las chicas llevaban  botas altas, falditas muy cortas y  tops de lentejuelas que enseñaban más pecho que tapaban y  se pusieron gorros de Papá Noel en cuanto los vieron entrar.

Mariya se escondió detrás del  árbol de navidad  y se puso a bailar. Cuando bailaba no pensaba en nada y no pensar  significaba dejar de sufrir. Se contoneaba de manera provocativa para evitar el castigo de Rosalinda, pero escapando de las miradas. Después de aquellos hombres llegaron otros. Jóvenes y viejos. Guapos y feos. Todos iguales de sonrientes. Con esas sonrisas estúpidas de alcohol y  deseo incontenido.

 Aquella tarde de fin de año    había mucho movimiento. Las compañeras de Mariya no paraban de abrazarse a hombres, sonreírles y besuquear bolitas de Navidad –siguiendo instrucciones de Rosalinda, para terminar de encender a la muy navideña y distinguida clientela. Mariya solo abandonaba el árbol de Navidad para dirigirse a la barra y pedirle a Manu, otra copa de champán más que él, con miedo a ser sorprendido por Rosalinda, le servía una tras otra con mucha discreción.

Mariya  ya te he puesto un montón de copas. ¿Qué te ocurre? Cómo me pille Rosalinda me corta el cuello decía Manu resignado.

Ser fin de año dijo  Mariya con boca de trapo y mirada ausente.

Un  viejo con un ridículo gorro de Papá Noel puesto en la cabeza que estaba en la barra detrás de una columna  levantó su copa y  se le aproximó:

Nena, vamos a despedir el año como es debido. Te he visto bailar junto al árbol de navidad y me ha dicho un pajarito que eres la mejor.

  Rosalinda se  acercó y dándoles una suave palmada a los dos  guiñó el ojo a Mariya  y señaló con su mirada al techo.

 Cuando subieron a su habitación  Mariya  abrió las ventanas  y encaramándose sobre el alféizar levantó su copa de champán brindando con la noche mientras con mucha torpeza  se desnudaba el viejo que decía continuamente “Jo, Jo, Jo”.

Eso fue lo último que escuchó Mariya antes de despedirse del año tres o cuatro  horas antes de lo oficial  con el consuelo de ahorrarse así  algo del año viejo y todos los siguientes.

FOTO REALIZADA POR ELENTIR. TOMADA DE FLICKR.


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