ENSAYO ACCÉSIT EN EL VIII PREMIO DE LA FUNDACIÓN UNIR
El pasado 27 de noviembre tuve el honor de recibir un accésit en el VIII Concurso de Ensayo y Relato Corto de la Fundación UNIR.
El premio ha sido una preciosa escultura de la escultora aragonesa A. Anglada que representa unas manos entrelazadas simbolizando la importancia de la unión y muchas más cosas...
Os dejo el ensayo por si os apetece leerlo y estaré encantado de que hagáis comentarios sobre los que os lleva a reflexionar y si estáis de acuerdo, en parte o en nada con el texto.
EL VALOR DE LOS VALORES EN TIEMPOS DE
PANDEMIA
“Nobleza, dignidad, constancia y cierto risueño coraje.
Todo lo que constituye la grandeza sigue siendo
esencialmente lo mismo a través de los siglos”
Hanna Arendt
Los mayores de 80 años son más 2,7 millones en España, el tercer estado del mundo en el ranking de longevidad de sus habitantes —83,59 —años, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Un colectivo cada vez más numeroso y muy heterogéneo. Mayores amantes de la lectura que devoran libros, mientras otros apenas saben leer. Mayores que no manejan el teléfono móvil y otros que hablan por Skype con sus nietos, utilizan variadas aplicaciones instaladas en sus dispositivos móviles y usan redes sociales, pero todos ellos comparten una raíz común: Vivieron épocas duras de postguerra. Forjaron su carácter en un ambiente no precisamente abundante de recursos y posibilidades. Mientras hoy día, se habla de valores cruciales como la resiliencia, el saber adaptarse y soportar las incomodidades de la vida, el no caer en la frustración y en la trampa del deseo y de la inmediatez, nuestros mayores fueron expertos en estas cuestiones que ahora se suponen cruciales para un buen equilibrio emocional a golpe de necesidad. Aprendieron del más estricto de los maestros que es la pobreza y trabajaron duro aquí o en otros países. Con su esfuerzo, como el buen jardinero que prepara el terreno para que luego germinen sus plantas sentaron las bases para que nuestro país pudiera crecer y despegar.
Nuestra sociedad en esta reciente crisis sanitaria, económica y social que está provocando la pandemia no ha estado a la altura de lo que ellos se merecían. La COVID 19 se ha cebado con nuestros mayores, siendo España uno de los países del mundo con mayor mortalidad entre sus mayores por esta causa. Quizás exagere un poco (o no) si digo que parecía que se decía en los medios de comunicación (casi con tono de alivio) que la mayoría de las muertes por COVID se daban en gente de edad avanzada (como si eso supusiera un problema menor) o cuando en algunos centros hospitalarios en el TRIAJE para acceder a la UCI se penaba el tener una edad avanzada si había que elegir entre pacientes para ser atendidos. Más triste aún cuando este verano del 2020 mucha gente joven (y no tan joven) no respetaban las medidas de salud pública para prevenir la propagación del virus al que tan vulnerables son nuestros mayores. Les importaba muy poco.
En épocas difíciles, cuando la sociedad no tiene asegurada muchas de las cosas imprescindibles, como alimentación, seguridad y sanidad es cuando se da valor a los valores. Es entonces cuando el sacrificio, entrega, dedicación, generosidad y otros muchos más adquieren la importancia y el alcance que realmente tienen. Desgraciadamente el progreso a medida que va cubriendo las necesidades provoca también que la sociedad se vaya saciando y adormeciendo en un individualismo egoísta y corto de miras. Es en este escenario donde los valores comienzan a desdibujarse. Se prima el consumismo y la satisfacción del deseo inmediato. Lo que quede fuera de individuo no me atañe y los colectivos más desfavorecidos son los primeros en acusar esta pérdida de valores.
Una señal de alarma es la incomunicación que a la larga conduce a la falta de empatía. Hoy día hay una brecha de contacto y comunicación más acusada a nivel intergeneracional, entre nuestros mayores y el resto que a nivel intrageneracional e incluso entre países. Si preguntamos a un joven sobre sus inquietudes en el mundo occidental da igual que este viva a un lado u otro del atlántico o tres mil kilómetros más abajo o más al norte de Europa porque la globalización ha moldeado un ideario común. Somos más homogéneos de lo que creemos y nos gustaría pensar. Basta con pasear por cualquiera de las principales ciudades del mundo occidental no importa el país: La gente viste cada vez de manera más parecida y en las calles nos encontramos con los mismos escaparates de franquicias de implantación mundial. En otras palabras, el salto más disruptivo se produce entre nuestros mayores y el resto de personas, con el agravante de que su acervo de experiencias y sus cuidados derrochados hacia las generaciones más jóvenes no se les reconoce como debiera en justicia y dignidad. Valores absolutos que cada vez se relativizan más. Debiéramos, en justa correspondencia, mantenerlos en la cúspide de la sociedad, aunque esta crisis sanitaria ha evidenciado que no es así como los estamos haciendo y aunque no fuera más que por puro egoísmo, convendría cuidarlos bien. Si no honramos a nuestros mayores no deberíamos confiar en que lo hagan con nosotros las generaciones venideras crecidas en nuestro ejemplo. Como dice el evangelio de San Mateo 22:37-40 “Pórtate tú con los demás como quieras que los demás se porten contigo”.
Cuando algo desaparece es cuando suele captar nuestra atención como aquel objeto que durante años decoraba nuestro salón y al desaparecer es cuando reparamos en él. La ausencia evoca su recuerdo. Igual sucede con los valores. Cuando se quiebran es cuando comprendemos el alcance exacto de su utilidad. Es entonces como sociedad cuando nos sentimos fracasados y culpables. En la Pandemia de la COVID 19 muchos de nuestros mayores se vieron privados de unos cuidados sanitarios dignos que le permitieran sobrevivir y murieron en cifras aún no del todo calibradas, pero que exceden con mucho lo permisible y lo moralmente aceptable. Avergonzados por haberles fallado de esa manera es cuando caemos en la cuenta de lo valioso de mantener los valores. Son necesarios por su cualidad de unir a las personas. A nuestros mayores con el resto de la sociedad. Si ya hay marginación entre los estamentos socioeconómicamente más desfavorecidos aún hay más con los mayores. Una marginación a la que, por si no fuera poco con esto, se le suma la soledad que sufren y les come por dentro y una nueva lacra a la que muchos nos veremos abocados: la irrelevancia.
Una sociedad basada en el capitalismo y en su derivada del consumismo desenfrenado genera espirales de individualismo y egoísmo perniciosos si no se está alerta y nos dejamos caer en el hedonismo rampante. De ahí la importancia del bálsamo de los valores. Una sociedad que no respeta a sus mayores no se respeta a sí misma. A muchos de los jóvenes (y no tanto) llevados por el carpe diem parecía no importarles demasiado este verano del 2020 el que muchos de sus mayores murieran en condiciones poco dignas en la vorágine de la pandemia. Una muestra del egoísmo y la falta de sacrifico que, como decíamos al principio, caracteriza a las sociedades acomodadas mal entendidas porque una sociedad desarrollada no es aquella que sólo lo está en aspectos económicos si no también en los éticos, aunque no sea más que por el hecho de recordar que los principios éticos que nos damos los humanos a nosotros mismos son los que nos permiten despegar de la selva de los tiempos en la cual iniciamos nuestro peregrinar como especie hace decenas de miles de años.
De los errores se aprende aunque cueste. Es la sociedad la que debe autoimponerse
la importancia del valor a los valores. No nos engañemos, si nuestros jóvenes
se muestran despreocupados, indolentes y pasotas en sus actitudes sobre todo en
el respeto en sus actuaciones para
proteger a los mayores, es porque han crecido en una cultura del todo vale y todo da igual. En una cultura
dónde se sacrifica el esfuerzo y la disciplina por un mal entendido vivir el
momento. La cultura de la inmediatez, del aquí y ahora. No hay lugar para la gratificación demorada. No se
valora el esfuerzo con su recompensa a largo plazo y en eso nuestros jóvenes se
han dejado llevar por esa ponzoña que trae el progreso mal entendido de las sociedades. Afortunadamente, hay luz para la esperanza y
ejemplos sobrados, aquí y ahora que
permiten el optimismo para creer que la sociedad puede llegar a buen
puerto. Hay estrategias, inversiones y movilizaciones de colectivos e
Instituciones. Ideas y esfuerzos para llevarlas a término. Reforzando y
recordando valores que permitan unir a
la sociedad en su conjunto y sobre todo no tolerar que nuestra generación de
mayores se despeñe por el precipicio de la irrelevancia y el abandono. Una
sociedad que protege a sus elementos más débiles es una sociedad fuerte. Una
sociedad fortalecida por los valores. Hay un proverbio africano que dice: “Si
quieres avanzar rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos viaja
acompañado” y para ese viaje es muy importante recordar el valor de los
valores.
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