SEMMELWEIS Y LA IMPORTANCIA DE LAVARSE LAS MANOS
SEMMELWEIS
Y LA IMPORTANCIA DE LAVARSE LAS MANOS
Hoy día
está claro la necesidad del lavado de
manos para prevenir la transmisión de muchas enfermedades. Con la pandemia del COVID
19 se insiste en que una de las principales medidas preventivas es lavarse las
manos. Pero hace 170 años a esta cuestión no es que no se le diera importancia, es que ni tan siquiera se lo consideraba.
Fue Semmelweis un médico obstetra húngaro quien demostró la importancia del
lavado de manos para prevenir las enfermedades y las muertes por fiebres
puerperales, a pesar de la oposición de
los médicos de su época y que lo tomaran por loco.
El
puerperio es el periodo de pocos días que transcurren cuando la mujer acaba de
dar a luz. A pesar
de los buenos resultados de Semmelweis reduciendo la mortandad por fiebres puerperales
en su hospital de Viena primero y de Budapest después la comunidad médica no lo
reconoció así, no se le consideró y lo tomaron, además, por loco, muriendo en un manicomio
tras una paliza “tranquilizadora” del personal de allí y, lo que es peor, sin que siguieran en cuenta
sus recomendaciones.
A Ignaz
Philipp Semmelweis (1818-1865) deberían levantarle una estatua las mujeres, gracias a él han salvado la vida
muchas mujeres de morir por fiebres puerperales.
Semmelweis trabajaba en el hospital Universitario de
Viena donde atendía a las mujeres parturientas en dos edificios destinados para
ello. A uno acudían los médicos para hacer las prácticas atendiendo a las
parturientas y al otro edificio acudían las
enfermeras. Semmelweis observaba como el número de mujeres que morían por
fiebres puerperales en el edificio de las prácticas de los médicos era muy
superior al de las muertes en el edificio en el que hacían las prácticas las
enfermeras. En algunas ocasiones la mortandad en el edificio de los médicos
llegó a ser del 20% mientras que en el de las enfermeras no pasaba del 4%. La diferencia
era brutal y muchas mujeres que iban a dar a luz lloraban para que las
ingresaran en el pabellón de las enfermeras y no en el de los médicos.
Recordemos
que por entonces no se sabía nada de los microorganismos. No estaba la teoría del
germen y los experimentos y descubrimientos de Pasteur en 1861 y Koch en 1882 vendrían
mas tarde. Por entonces, la medicina creía en los humores, las discrasias y que
las enfermedades se debían a desequilibrios en los humores por eso, muchos de
los remedios se basaban en sangrías y purgas.
Semmelweis
reunió a los médicos y les expuso el hecho de la gran diferencia de mortandad
entre el pabellón de los médicos y las enfermeras. Los médicos dijeron que en
su pabellón la enfermería estaba situada al fondo y que el capellán cuando iba
a administrar el viático (extremaunción) a las parturientas moribundas tenía
que atravesar antes las salas de las mujeres recién dadas a luz y que, tal vez, como hacía sonar a su paso
una campanilla al monaguillo que le acompañaba ese sonido infundiría tanto temor a las mujeres que propiciaría del
algún modo que contrajeran en mayor medida las fiebres puerperales. Semmelweis
habló con el capellán y le pidió no tocar la campanilla. El cura obedeció, pero a
pesar de eso la mortandad seguía siendo la misma. Entonces pensaron que quizá
se debería a las corrientes de aire. La corriente de aire de ventilación
principal tendría alguna influencia maligna responsable de las muertes.
Semmelweis mandó cambiar las ventanas y el sentido de la ventilación, pero
tampoco se consiguió nada.
La solución
al enigma vino en 1847 con la muerte del
mejor amigo de Semmelweis. El profesor de medicina forense del Hospital General
de Viena Jakob Kollestschka murió víctima de una septicemia provocada cuando un
alumno le produjo una herida con el escalpelo con el que acababa de diseccionar
un cadáver. Al leer el informe de la
autopsia del cadáver de su amigo, Semmelweis comprobó que mostraba las mismas
patologías que la de las mujeres muertas por las fiebres puerperales: bolsas de
pus, olor fétido, órganos afectados, etc. Entonces se le encendió una luz. De
algún modo, el agente causante de la muerte de su amigo era el mismo que el de
las mujeres muertas por las fiebres puerperales y él denominó a ese agente
causante “partículas cadavéricas”. Hizo innumerables experimentos y
pruebas y comprobó que utilizando lejía el mal olor de las salas de autopsias
desaparecía por lo que recomendó la limpieza del instrumental con una
disolución de lejía y agua y que los médicos que iban a atender a los partos se
lavaran las manos antes y después de cada parto y sobre todo después de hacer
las autopsias. Los médicos en prácticas que acudían para aprender en los partos venían antes de
hacer autopsias de su asignatura de medicina forense, con lo cual, imagínense la
facilidad para la trasmisión de gérmenes. A regañadientes hicieron caso a
Semmelweis y se comprobó como la mortalidad por fiebres puerperales disminuyó
considerablemente hasta equipararse con las del pabellón de las enfermeras (que
no hacían autopsias), e incluso durante varios meses ninguna mujer murió. Pero
esto no fue suficiente para convencer a la clase médica. Semmelweis no supo
explicar qué era lo que produciría las muertes. Tiempo después Semmelweis
debido a la crisis del imperio Austrohúngaro se marchó a Budapest y allí se
encargó de la obstetricia de otro hospital sin remuneración y en un puesto más
bajo. Quizás debido al estrés, al exceso
del trabajo, o a síntomas de desgaste nervioso o a las consecuencias de la
sífilis años después fue internado en un manicomio donde murió por una gangrena provocada por las heridas infringidas
allí por el personal al poco de ser ingresado.
Su
puesto fue ocupado por otro médico que desechó sus ideas de lavarse las manos y
desinfectar el instrumental con lo cual la mortalidad se volvió a disparar, pero a nadie pareció
importarle demasiado y murió sin ningún reconocimiento.
Hoy día,
aun sabiendo de la importancia de lavarse las manos, esto no se hace en la
medida que debiera y sigue siendo la causa de la transmisión de muchas
enfermedades, tanto en los hospitales como en la comunidad. Convendría honrar
la memoria de Semmelweis tributándole un sentido homenaje a la vez que sencillo
que podría consistir en lavarse las manos tan a menudo como sea necesario…
Para saber más:
El cerebro del zurdo. Y otras
historias de la ciencia y de la m ente. Autor: José Ramón Alonso. (Doctor por
la Universidad de Salamanca). Editorial Guadalmazán. Primera edición octubre de
2019.
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