SOLEDAD GLOBALIZADA ENSAYO FINALISTA EN EL VII PREMIO INTERGENERACIONAL DE LA FUNDACIÓN UNIR
FINALISTA EN EL VII PREMIO INTERGENARACIONAL DE ENSAYO Y
RELATO CORTO DE LA FUNDACIÓN UNIR.
La Fundación UNIR convocó la VII edición de su
concurso de ensayo y relato breve. El tema era: Valores para unir, reflexión
sobre los valores en la sociedad actual. Un reto para buscar soluciones, con el
objetivo de promover iniciativas que ayuden a mejorar nuestras sociedad en un
marco de colaboración entre personas de diferentes edades.
El ensayo que presenté llevaba
por título: SOLEDAD GLOBALIZADA y ha merecido a juicio del jurado ser finalista
en una de sus categorías. Lo firmé con el pseudónimo de Calgaco un jefe tribal
escocés que opuso gran resistencia a las todopoderosas legiones romanas…
Aquí os dejo el ensayo por si os
apetece leerlo. Me ha hecho mucha ilusión la mención del trabajo y el diploma
acreditativo.
SOLEDAD
GLOBALIZADA
En la oscarizada película
"Her" de 2013, interpretada por Joaquín Fénix se plantea la cuestión
de si las máquinas podrán llegar a establecer vínculos afectivos y efectivos
con las personas. Una idea mucho más cercana de lo que podamos imaginar y que supone un vuelta de tuerca a
valores intrínsecos humanos.
Dos hechos transcendentales
para Homo sapiens le permitieron hace
700000 años iniciar un fabuloso demarraje sobre el resto de especies
humanas y otros primates. El primero fue
el lenguaje y a partir de éste,
la todopoderosa comunicación que
permitió una mayor capacidad de cooperación y el establecer grupos más numerosos y cohesionados que el resto de homínidos con más oportunidades para sobrevivir, expandirse y prosperar. El
lenguaje y la comunicación permitieron
crear mundos de ficción con el que
se iban disolviendo los miedos entre el
nosotros y ellos. En definitiva
permitió al sapiens, poco a poco, algo inédito hasta entonces: el unir y sumar
a partir de marcos de realidad y
ficción compartidos. Esas barreras que acentúan la separación, la diferencia
entre nosotros y los otros y que instintivamente llevamos dentro como especie, se
pudieron mitigar permitiendo crear
unos niveles de cooperación entre individuos y sociedades jamás visto.
El lenguaje permitió cohesionar poblaciones cada vez más numerosas y diferentes
porque al tejer relatos de ficción se creaban
espacios comunes al que podían
sumarse fácilmente muchas voluntades individuales con los que construir
mundos con objetivos compartidos. Por eso, no se nos debe pasar por alto que el
lenguaje y el poder inmenso de la comunicación entre los individuos han sido
los mayores valores responsables de que
pasáramos de ser una especie algo desvalida en la sábana africana de los
tiempos a convertirnos en una especie
con tecnología de dioses. Y el
valor artífice para poder conquistar las cimas del edén de la evolución
cultural ha sido nuestro gran poder de comunicación.
Es la comunicación y las
posibilidades que abre para entender al
otro, el ponerse en su lugar y la empatía
lo que disuelve las dicotomías empobrecedoras del nosotros
frente a los otros. El lenguaje
permite borrar la confrontación con el vecino, con el extraño y mediante la
cooperación y el entendimiento construir
un todo. Eliminar la indiferencia a lo que le sucede al prójimo. Si permitimos que se rompan o deterioren,
como está sucediendo, los puentes que la comunicación establece para conectar y
unir a los individuos empezaremos a desandar el camino trazado en nuestros
albores como especie. La incomunicación es como el océano que separa dos
continentes, un obstáculo que separa
individuos, colectivos y
sociedades. En definitiva el
empobrecimiento de una misma entidad
disgregándola, atomizando el poder del colectivo humano en un supra individualismo
tan mitificado en las sociedades consumistas como pernicioso. Hoy día, atrapados por el señuelo de las
redes sociales y la cultura de la inmediatez
vivimos aislados entre supuestas megas de comunicación. Se nos desdibuja
el valor del otro, de lo diferente, la importancia de cultivar el contacto y la
amistad con el vecino, con nuestro entorno
sea estos individuos, movimientos asociativos, una región, un país
o la humanidad al completo.
Regiones separadas por miles y miles de
kilómetros se conectan en décimas de segundo. Todos los habitantes del
globo están mucho más
interconectados de lo que podrían
siquiera imaginar aún sin saberlo en la era de la globalización e internet. Una
globalización creada por el brazo de la economía en primer lugar forjando a través del tiempo universos culturales cada vez
más homogéneos que diversos.
Pero la imagen del mundo
hiperconectado que el espejo de la realidad
nos devuelve es la de nuestro rostro confundido entre la multitud, con
signos de soledad. Hoy día vivimos en la inmediatez sólo satisfecha a golpe de clic. Un nuevo
espacio de tecnología omnímoda generadora de oportunidades virtuales
sustentadas en el gran poder de
simbolismo del ser humano. Mundos de
conexión y comunicación tan potentes y cegadoras como, paradójicamente,
vacíos. En realidad, un mundo
hiperconectado a la vacuidad. Nos estamos convirtiendo en seres aislados unos de otros, comunidades
separadas cuando no enfrentadas que
interactúan a través de una pantalla. Una ilusión en código binario que ha creado
mega mundos de ficción jamás antes imaginados, pero que bajo la apariencia de comunicación rezuma precisamente todo lo
contrario. Y es importante subrayar este hecho: el de la incomunicación
porque la incomunicación es sólo el
comienzo de la pérdida de muchos otros valores que
permitieron al ser humano llegar lo que
es hoy día. Sin comunicación acecha la deshumanización cubierta con el manto
de la soledad. En Europa decenas de
miles de personas, sobre todo las de mayor edad, reconocen no haber hablado con
un pariente o un amigo en el último mes. Y la soledad es la puerta de entrada a
muchos problemas de salud mental y otros que parece no queremos ver.
Hoy día a través del hervidero
de las redes sociales la gente denuncia teclado en grito todo tipo de
cuestiones que luego llegado el caso si las ve hacer al vecino no se atrevería
a expresar y muchas cuestiones adquieren una relevancia enorme siendo no pocas veces banalidades que como la tinta del calamar ocultan otros
acontecimientos y situaciones más importantes creándose un mundo virtual que
nos atrapa y que cada vez es menos mundo y menos real.
Hace unos días apareció en los
medios de comunicación el caso de una mujer que había fallecido quince años antes
en su domicilio sin que nadie advirtiera nada.
Los vecinos la echaron en falta avisaron a la policía, pero todo se
quedó ahí hasta casi dos décadas después. Y lo más triste es que no es el único
suceso de este tipo, basta con repasar la hemeroteca para encontrar situaciones
parecidas. Deshumanización, falta de empatía y solidaridad. Un triste
recorrido cuyos primeros pasos son la incomunicación y la soledad. Esa terrible soledad impuesta
que aunque puede producirse en cualquier etapa de la vida se ceba en las
personas más vulnerables como nuestros mayores, enfermos y otros colectivos arrinconados por la precariedad y
exigencia del mundo laboral, pero que también
azota con virulencia a nuestros
jóvenes y no tan jóvenes que pierden la habilidad de poder comunicarse en un
sentido integral. Ya no hay ganas de
hacer esfuerzos por mantener lazos con lo diferente o con lo que no me atrae.
Me repliego y me escudo en mi pantalla que me mostrará todo un escenario agradable
y maravilloso a mi gusto, gracias a lo
que los algoritmos de la fabulación cibernética me van ofertando de acuerdo a
mis preferencias. Estas redes sociales modulan de manera rígida la manera de
interactuar con los demás, a modo de likes, estados y tuits. No pocos adolescentes y no tan adolescentes
dan por zanjada su relación sentimental a través de las redes sociales sin
necesidad siquiera de dar la cara. Una manera de comunicar tan vertiginosa como
empobrecedora, pero con el terrible peligro de que cada vez a más gente parece bastarle. Incluso
a nuestro cerebro.
Y sí, siempre está el recurso
socorrido de echar balones fuera, la culpa a otro como en el caso de esa
mujer muerta en su domicilio durante más
de una década culpando a su entidad
bancaria por no alertar de falta de
movimientos en su cuenta corriente. Eso es siempre lo fácil y lo que nos calma
la conciencia. La culpa a otro y si es un ente abstracto, mejor así se
concentra y diluye a un tiempo la responsabilidad. Hoy día en España hay más
animales de compañía que niños de quince años un síntoma inequívoco de la
soledad y falta de comunicación para la
que en Reino Unido le han dedicado nada
más y nada menos que toda una Secretaría de Estado. Vivimos cada vez más
tiempo, pero más aislados e
incomunicados envueltos en más soledad.
Una algarabía de ruido tecnológico en redes sociales que nos está desposeyendo
de la cualidad intrínseca más humana de todas. El poder de la comunicación, de
conocer y comprender al otro, de la ayuda. Con esta soledad creciente y globalizada nos estamos
destruyendo. Hace falta hacer un llamamiento
a la sociedad civil y a las
instituciones públicas para que de la mano
fomenten los lazos de cooperación que empoderen a nuestros mayores con
la idea de construir una sociedad mucho más abierta de lo que en realidad es
atajando a la soledad. Siempre estarán
las mascotas y como último recurso los robots y la inteligencia
artificial, esas máquinas tan humanas
como la que aparecía en la película
"Her". Sería triste pensar que después de tango progreso en todos los
sentidos perdiéramos o devaluemos algo tan esencial para unir
como es el valor de la comunicación y el contacto entre nosotros, entre
personas y sobre todo entre generaciones. Globalicemos esto y no la soledad.
JUAN MANUEL CHICA CRUZ
http://www.fundacionunir.org/fuentes/Certamen_2019_VII_Edicion/ganadores.html
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