PALABRAS Y LETRAS


Palabras y letras

Me gusta escribir.  Es mi refugio. Me defiendo mejor con las letras, negro sobre blanco, que con las palabras vertidas al aire.  Las palabras de la gente de verbo fácil y corazón duro son  vendaval que me dejan  vacío por muy lleno que esté de razones.
Palabras que lanzan y escucho pasar  sobre mi cabeza silbando como balas cargadas de olvido y daño que encogen el corazón y apagan mi mundo por mucha luz que alguna vez les diera.
  Le temo a las palabras porque  se las lleva el viento envueltas en  jirones de mí y también porque no soy capaz de   insuflarles a las mías una fuerza mínima  con la que sostenerse en el aire siquiera un instante para hacer  frente en mí favor.  
Por más que lo intento no cogen vuelo y se quedan en mi boca. Y no plantan batalla a esa legión de palabras cegadas de injusticia y egoísmo que aun sabiéndolo no lo quieren ver.
Porque es más fácil así.
Y las mastico y me las trago  junto a mis razones que no valen a nadie.
Sólo a mi corazón.
Por eso, decía, me gusta escribir. La escritura es mi trinchera desde la cual me protejo de  aquellos labios y de aquellas   palabras  envueltas en manzana de caramelo que guardan en su interior cuchillas prestas a cortar.
Pepitas amargas que te escupen sin tú saber qué decir, que crecidas por tu silencio se engrandecen  y se llenan de soberbia porque piensan que  las tuyas no valen.
Como tampoco tu silencio.

Por eso me gusta escribir. A su abrigo, despliego con cuidado el mantel de terciopelo que envuelve a mi corazón  y extiendo sobre él  las letras  para armar y amar aquellas palabras que no pude o no supe decir. Sin prisa. No hablo. Es mejor escribir.  La escritura es un bálsamo que cicatriza las heridas que las palabras duras  causan. Palabras que aunque mentirosas  cortan el alma de verdad.
Y que solo el silencio repara.
Como la savia los troncos marchitos.
Y ante aquellos a los que tú inocente y transparente postraste cuanto tenías  y te lo despacharon  con  la gratitud efímera de quien no tiene memoria, arrogados en el pensamiento engreído del yo en mayúscula y solitario, y henchidos de soberbia olvidan en una sola  palabra y un solo paso que tú te acercaste, una vez, con tus manos extendidas y tu corazón abierto como  el árbol que le dio sombra y la fuente que le dio de beber.  
Pero aquello, ahora, ya no les vale.
Ya no vale porque te arrojan una legión de palabras que cortando el aire  te señalan todo lo que tú no diste.
Por eso me gusta la escritura, porque sus letras me acercan palabras bondadosas y me ahuyentan  las afiladas. Me relatan un mundo diferente y más amable del que me quieren hacer ver aquel tropel de palabras crueles  de memoria injusta.
Y porque con la escritura puedo recordarme que yo, alguna vez, fui.




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