LA TAPADERA
LA TAPADERA #Historiasconorgullo de Zenda
"No tengas
prisas por buscarte novia", le advertía su madre, cuando intentaba averiguar con interés mal
disimulado sus amoríos. Después, tras graduarse con notas brillantes
en Medicina la pregunta pasó a ser: "¿Cuándo te vas a echar novia?", y Raúl, con
una sonrisa en los labios, siempre le
respondía encogiéndose de hombros.
Y así hasta que,
poco a poco, como el ruido del tren apagándose en la lejanía, dejó de preguntarle.
***
Giró la muñeca y miró
las manecillas del reloj. Marcaban la hora
precisa para irse a preparar la comida. Su
hijo llegaría por la tarde desde la
ciudad a pasar unos días con ellos. Apuró
de un sorbo la caña dejándola con un golpe seco sobre la desgastada barra de madera
del bar repleta de muescas como las que iba dejando el
transcurrir de la vida en el corazón de Ramón. Cuando esperaba el cambio, con
las manos apoyadas sobre la barra, testigo
mudo de penas y alegrías, Tomás, el
dueño del bar, le preguntó por Virtudes.
"El reuma la está
machacando", respondió Ramón con voz ahogada en pena. "Menos mal que hoy viene Raúl.
Eso la aliviará", añadió. Tomás le
hizo un gesto con la mano para que no se marchara todavía y volvió a la cocina.
Tras trastear entre fogones y perolas regresó con un pequeño envase de plástico
entre las manos. "Ten cuidado, quema. Es carne con tomate que tanto le
gusta a Virtudes. Se la sirves con un
buen vasito de vino", le dijo Tomás y cuando
Ramón se marchaba con el envase, uno de los clientes del bar sentado en un taburete
bastante separado de la barra del
mostrador debido a su prominente abdomen comenzó a gritar airadamente preso de
la indignación mientras señalaba con el
dedo al televisor: "Malditos maricones. Vergüenza de país". Daban
imágenes sobre una manifestación del colectivo gay del día anterior y mientras
el cliente gordinflón seguía despotricando, Ramón y Tomás se cruzaron una discreta mirada.
Estaban acostumbrados a hacerlo. Desde
que tuvieron conciencia clara de su verdadera identidad.
Del terrible
pecado.
En otra época, Ramón y Tomás hubieran hecho
algún comentario de reprobación también, aunque se sintieran después como Judas
tras su traición a Jesús. Les habían
inculcado, desde pequeños, que eso era
algo horrendo y se curtieron clavándose puñales de intolerancia en sus propias carnes
para pasar desapercibidos. El amor que
sentían era, sin saber porqué, un amor
extraviado y aprendieron a esconderlo. A los que no se ocultaban los
insultaban, los detenían e incluso les daban palizas cuando estaban borrachos o
aburridos. Eran la mofa del pueblo.
Si se
hubiera enterado su padre, el abuelo de Raúl, seguro que no se lo hubiera
perdonado nunca y qué decir del dueño de la empresa para la que Ramón trabajó
deslomándose de sol a sol tantos años como el que más. Lo hubiera despedido sin
contemplaciones.
Pero eso eran otros
tiempos. Ramón ya tenía demasiada edad cargada sobre sus espaldas como para
tragar con cosas que le removieran su lacerado espíritu. Estaba cansado de volver sus sentimientos
como un calcetín y aunque era tarde, manifiestamente tarde, siempre sería un
buen momento para reconciliarse con uno mismo. Tomás y Ramón reconocieron en
aquellas imágenes de televisión a Raúl.
El hijo unigénito de Virtudes y Ramón. El orgullo del matrimonio. Un
joven alto y apuesto con los ojos rasgados de color almendra de la madre y la
boca cincelada por los ángeles que heredara del padre. Una persona trabajadora
e inteligente de una familia humilde de pueblo que había conseguido con talento
y tesón llegar a ser un reputado cirujano.
Ramón y Tomás intercambiaron una mirada trufada de intimidad, penas y sufrimientos callados y compartidos.
Como cuando el párroco del pueblo les decía en catequesis que la homosexualidad estaba mal vista a los ojos
del Señor. Y ellos, inocentes, se miraban aterrados. Sin entender porqué. Aunque
a medida que crecían dudaban de que el Señor pudiera ver a los homosexuales peor de lo que lo veían la mayoría de los
hombres. El castigo de Dios desde el cielo a los homosexuales era un infierno
de hombres en la tierra.
Y ahora, de repente,
Ramón entendió porque Raúl nunca les había presentado a novia alguna. Y se alegró por él. Por ser
valiente. Se acordó también de Ángel,
aquel chico de ojos azules que durante varios veranos, cuando Raúl estudiaba en
la Universidad, viniera con él a pasar algunas temporadas en el pueblo. Y se acordó de Virtudes aquella mujer hermosa, sencilla y buena que le esperaba en casa.
Y sus ojos se
anegaron de lágrimas.
Pero antes de
marcharse se acercó al cliente y le espetó
señalándole al televisor:
"los que ahí desfilan no son una vergüenza ni para usted , ni para nadie. Ni están a un lado, ni a otro, ni van en contra de nadie. Son, simplemente, nuestros compañeros de viaje en la vida. Y se merecen el mismo respeto que usted o yo o cualquiera"
"los que ahí desfilan no son una vergüenza ni para usted , ni para nadie. Ni están a un lado, ni a otro, ni van en contra de nadie. Son, simplemente, nuestros compañeros de viaje en la vida. Y se merecen el mismo respeto que usted o yo o cualquiera"
El cliente
atónito ante esas palabras cargadas de razón que apagan al odio como el agua al fuego no supo qué responder mas que torcer el gesto en silencio.
Aquella misma tarde
Ramón abrazó a su hijo y le dijo: "Estoy orgulloso de ti. Sé el
qué eres. Yo no pude" y así, Raúl,
encogiéndose de hombros, entendió, al
instante, porqué su padre nunca le preguntó por novias.
Raúl encerraba una
cruda paradoja que retorcía las entrañas
de Ramón: era el ser que más quería en
el mundo y, por otro, era el fruto vivo y presente de su más cruel e
íntima represión. Y pensando en Virtudes,
la mujer a la que intentó darle todo de lo que fue capaz y más, menos de una
cosa, cerró los ojos empañados en lágrimas...
Testigo mudo de
penas y alegrías.
FIN
Que historia tan bonita. Como en todos tus relatos, me emociono. Enhorabuena Juanma.
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