UNA VISITA POR NAVIDAD
Se detiene un
momento al entrar en la Basílica. Un imponente Nacimiento del Niño Jesús
ocupa buena parte del vestíbulo principal tras las columnas de la entrada.
Solo hay un abuelo con su nieto, un niño de unos ocho años,
contemplando el Nacimiento. El portal de belén está representado en
la oquedad de una geoda enorme de amatista traída del Brasil. Una luz
cenital del templo hacía que la gruta de cristales rosados proyectara
reflejos violáceos e iridiscentes sobre el Niño Dios y la Madre María.
Leyó en los ojos del niño el deseo infantil de poder tener algo así
en su casa, a pesar de que sus padres pasaran apuros siquiera para alejar un
poco el frío del invierno de la vivienda. Le acaricia su cabello ensortijado,
esbozando una sonrisa pero el niño extasiado no se percata y él prosigue
su camino.
Sube una larga
escalinata de mármol blanco, posando su mano por la pulida baranda de cuarzo
rosa suave como la seda. Al fondo, dos soldados inmóviles como
instantáneas de fotografías; ataviados con trajes rayados y un morrión rematado
con plumas rojas custodian la capilla privada. Se dirige hacia
ellos, pero ninguno de los guardias nota nada. Apenas una pequeña brisa
rozando sus mejillas. Abre la puerta de cedro y observa a dos octogenarios de
rodillas y cabizbajos con un rosario entre las manos entregándose en
silencio y devoto fervor a la oración. Uno de ellos pide para llegar
a los corazones de la multitud de creyentes que se agolparía al día
siguiente en la plaza para escuchar su bendición “Urbi et orbi”.
Deja solos a los
dos ancianos y discurre ahora por el Mediterráneo. El caminar
sobre sus aguas le hace rememorar tiempos lejanos, cuando lo hacía por el mar
de Galilea, pero lo que ve le encoge el corazón. Navega cerca una pequeña
embarcación atestada de gente con la humilde esperanza de olvidar el ruido de
las bombas y dejar de derramar su sangre. El agua entra con ansia
por el casco. El zozobro no tardará en ocurrir. Hace
frío y oscurece. La tripulación debe evitar a los guardacostas para
intentar llegar a tierra firme si quieren pisar tierra prometida. Los ojos se
inflan de espanto. Gritan y patalean. Una mujer con su hijo en brazos cae al
agua y el oleaje los engulle al instante.
Deja aquel lugar
y avanza en línea recta como lo tenía que haber hecho aquella desgraciada
embarcación. Unos kilómetros tierra adentro hay un campo de refugiados. Tiendas
de acampada agolpadas sin ton ni son y con el agua y los alimentos
racionados. Nada de cenas copiosas y exageradas para celebrar el Nacimiento
como las que habrá esta noche en muchos otros hogares. Los miles de
acampados se alimentan con la ilusión de una oportunidad para
entrar en países libres de guerra donde labrarse un porvenir y sobre todo que
les dejen vivir en paz.
Cruza las
alambradas y ninguno de los soldados que protegen la frontera le impide
el paso. Están ansiosos por terminar su turno y regresar a sus casas y
celebrar la Nochebuena con los suyos.
—¿Qué tal te ha
ido el trabajo? —le preguntará la esposa acariciándole la mejilla
mientras prepara el último plato. Un fabuloso rollo de carne mechada
cubierto de huevo hilado.
—Bien —responderá
el soldado mientras comprueba la temperatura de las botellas de vino que habrá
de descorchar después—. No se cansan de solicitar entrar al país — y añade
contrariado—, por más que les tenemos dicho que no es posible.
Abandona el
lugar y aparece en el interior de un gran edificio en las afueras de una gran
ciudad. Es noche cerrada, pero dentro hay tanta luz que
cierra un poco los párpados. Un trasiego enorme de gente corre de
un lado para otro y un aroma a café y bollería impregna el lugar cuando pasa
por delante de algunos establecimientos. Escaparates y expositores
colmados de prendas, corbatas, electrodomésticos, joyas y un sinfín
de cosas más hacen enloquecer a la gente que deambula cargada de bolsas
repletas de objetos. Se apresuran para llegar a sus casas. Se les hace tarde
para preparar la mesa para una cena tan especial como es la de Nochebuena.
Compungido en lo que ve se fija en un viejo famélico y desdentado que
dormita sentado en el suelo con la espalda apoyada contra la pared. Tiene
cerca de sus pies un platillo metálico abollado con algunas monedas que apenas
cubren el fondo. Dormita ajeno a las exigencias de un vigilante de seguridad
acuclillado frente a él y que le manotea en las mejillas.
—¡Eh,
viejo! Te lo he repetido muchas veces. Aquí no puedes estar —le grita
agarrándolo de las solapas y poniéndolo en pie.
Meneó la cabeza
pensativo. Le asaltaba la idea de olvidar que hubo una
vez, hace mucho tiempo, que vino al mundo en una noche como esta para
entregar su vida por amor. Al menos aquella noche durante su
visita, un niño sintió enorme felicidad al encontrarse en su casa con un
Belén de ensueño para asombro de sus padres. Un bebé aferrado al pecho de
su madre logró salvar la vida en unas aguas gélidas gracias a que fue
socorrida su embarcación por un guardacostas de manera totalmente casual (que
nadie pudo explicar). Y de que un anciano decrépito abandonado a su suerte
encontró esa noche un hogar que le acogiera para celebrar una Nochebuena como
hacía tiempo que no recordaba y pasar el resto de sus días, sin lujos pero sin
estrecheces y con afecto y que aquellos dos señores, representantes suyos en la
tierra dieran la misa del gallo más sincera y emotiva de sus vidas. Un impulso
renovado del espíritu navideño.
FIN
Original,en ciertos aspectos. Aunque en estos momentos el tema ya es tópico y recurrente ,has sabido darle un toque misterioso, así como un tono de acción actual con el uso del presente en la narración.
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