UN CUENTO DE NAVIDAD
Cenas de Nochebuena
Estaba inquieto el día de Nochebuena.
Estrujó las asas de la bolsa de plástico
repleta de turrones, mazapanes y botellas de cava para liberar un regordete dedo índice con el
que pulsar el botón del ascensor que le
llevaría hasta la quinta planta de un bloque de viviendas ya algo vetusto.
Mientras se cerraban las hojas metálicas de brillo apagado del ascensor con
muecas por sus muchos años de servicio, Florencio sonrió. No podía evitar acordarse de cuando
hace justo un año entraba en otro
ascensor parecido a este. Aún no estaba jubilado. Trabajaba en un edificio de
oficinas y él, siempre tan cumplidor, fue de los últimos
en abandonar el edificio (junto a Marcial, un compañero de trabajo). Aquel día
cuando salió de casa para acudir al trabajo lo hizo radiante (esperaba la llegada de su hijo, Javier, con su mujer
Irene y su nieta. Una adorable criatura que para colmo de satisfacción decían
que era el vivo retrato de Florencio). Tenía muchas ganas de verlos puesto que
al año próximo marcharían a EEUU ya que Javier había recibido una oferta de trabajo muy importante de un Hospital de
California.
Pero a media mañana recibió una llamada.
"Con las ganas que tenía de verlos". No
dejaba de repetir Florencio. "Las
previsiones del tiempo dan temporal y
además saldrían muy tarde puesto que Javier no ha podido cambiar el
horario de tarde del Hospital " pero será posible pensaba Florencio.
"Han dicho que lo mejor es no arriesgarse en la carretera. Tratándose
de un viaje tan largo, lo más prudente sería cancelarlo " fue lo que
María, su esposa, dijo a Florencio que le había dicho su hijo Javier momentos
antes. Colgó el auricular dando un golpe
tan brusco que los portarretratos familiares que poblaban su mesa se cayeron. El pequeño terremoto llamó la atención de Marcial compañero de mesa contigua, esta sin riesgo de caídas de
portarretratos familiares ni de ningún otro tipo.
<> dijo
Florencio rebosándole los ojos de
lágrimas.
Marcial, solterón
recalcitrante ya entrado en años,
regordete, de mejillas enrojecidas y carácter algo avinagrado se sonrió viendo la congoja de Florencio.
—Yo en nochebuena me acuesto antes de lo habitual.
Son patéticos los programas de
televisión. Tener que pasarlo bien por
decreto —dijo Marcial estirándose en su silla.
Florencio lo miró con cara de asco. De algún modo,
Marcial estaba logrando inocularle una visión negativa de la vida y en especial de la navidad. Esa navidad que tanto le gustaba celebrar con familia.
Pasó el
resto del día rumiando el hecho intentado
aceptarlo y aunque tenía pensado pasarse por el centro comercial cuando
saliera del trabajo (así se lo hizo saber a María) lo
adelantó al mediodía en el tiempo
del almuerzo para despejarse. Allí compraría algunas delicatessen entre las que
no faltaría, por supuesto, turrón (para
él nunca había en casa suficiente), bombones, licor de café y cosas así. Sabía
que la navidad era la excusa perfecta para burlar el férreo control que María ejercía sobre su
dieta para mantener a raya su sobrepeso
(manifiesto) y también al colesterol y a
la glucosa y se consoló pensando que al
menos pasaría la nochebuena con su esposa. Qué más pedir. Después de tantos
años juntos seguía siendo una suerte poder disfrutar con salud los dos de una cena de nochebuena.
Lástima que este año, al poco de
su jubilación ya no hubiera nadie a su lado para recordarle que no debería
comer tanto dulce. Antes de la primavera un ictus severo se llevó a María. Menos mal que
Marcelo le ayudó con la
tecnología informática para la que él
era un completo negado y le enseñó a manejar el ordenador lo suficiente como
para poder utilizar una web cam y el Skype
para ver a su nietecita en horarios tardísimos desde la otra punta del globo
terráqueo algunos minutos de cuando en cuando.
Ahora,
mientras el ascensor dejaba lentamente plantas atrás se acordaba de María, y de que la navidad pasada fue en realidad un
anticipo de ensayo general de cómo pasaría éstas sin ella.
Se abrió la puerta del ascensor y enfiló el pasillo. La puerta estaba abierta y apoyado en el quicio le
esperaba un sonriente Marcial. Se fundieron en un fuerte y cálido abrazo.
Habían compartido trabajo y despacho
muchos años pero la verdadera amistad surgió precisamente en la nochebuena pasada cuando compartieron de manera improvisada una cena de
nochebuena en un cubículo de dos por uno y medio, al quedarse los dos atrapados
en el ascensor averiado del edificio de oficinas.
Al principio la cara de Florencio y Marcelo fue un
muestrario de gestos de incomodidad pero cuando Florencio comprendió que su
liberación no sería inminente sacó el
contenido de la bolsa que llevaba y la rompió para hacer un improvisado mantel. Sobre él
dispuso, troceándolos con la navajita de su llavero, el turrón los mantecados y todo lo que llevaba para su
casa. Destapó las botellas de licor y
utilizó los taponcitos como vasos de
chupito.
Cuando les rescataron no paraban de reír y
conversar animadamente.
Ahora volverían a celebrar la nochebuena, los dos
solos, y aunque esta vez disfrutarían
de una mesa estupendamente preparada compartirían al igual que hace un año sobre aquel mantel de
plástico en el ascensor una auténtica amistad sin reservas.
Cuento publicado en el Diario Ideal el 24 de diciembre como finalista en su Concurso de Relatos de Invierno.
Un historia original en cuanto a personajes y resolución.Lo cierto es que cada uno celebra la Navidad como puede, si es que quiere.
ResponderEliminarSaludos
Un historia original en cuanto a personajes y resolución.Lo cierto es que cada uno celebra la Navidad como puede, si es que quiere.
ResponderEliminarSaludos
Relato cálido,y a la vez triste.Como la misma Navidad.
ResponderEliminar