RELATO CORTO PUBLICADO EN LA REVISTA PANSÉLINOS
Me siento muy afortunado de haber podido colaborar con la revista Pansélinos con un trabajo para su número 32 del mes de septiembre de 20204. Mi relato lleva por título "JAQUE MATE"
JAQUE
MATE
Sólo quedaba
una silla sin ocupar de las cuatro que componían el único mobiliario de aquella sala sin ventanas, olor acre y
paredes sucias con una estrecha
escalera al fondo para acceder a la
segunda planta. Atravesó la sala en busca de aquella silla procurando que sus pies, a cada paso dado, cayeran justo en el
centro de las baldosas que se sucedían blancas y negras como el tablero
donde el abuelo le enseñó a jugar al ajedrez de muy chico. Ya sentado se
entretuvo en observar de reojo a las
personas que aguardaban turno en
aquellas sillas de enea que hizo el abuelo hace ya mucho tiempo. Dos de aquellos hombres eran negros,
seguramente temporeros, gente de paso, que tras la campaña de la aceituna, marcharían a otro lugar con esa ilusión
incombustible de búsqueda de un futuro mejor aunque continuaran
siendo perseguidos por la obstinada miseria de siempre tan incombustible como la
ilusión. Llevaban los dos idénticas cazadoras
raídas de polipiel de color marrón. El tercer hombre era un señor de
rostro ajado que probablemente habría
cumplido todos los cincuenta y tantos años. De rostro duro, sin afeitar y con el cabello sucio entre blanco y amarillento. Tampoco nunca lo había visto
por allí antes. Con algo de suerte —pensaba— en poco más de media hora aquellos tres habrían de acabar
y —si mamá estaba de humor— podría estar
un rato a su lado; si no quizás le diera algunas monedas para golosinas. Los abuelos le tenían prohibido que fuera aquel lugar , pero eran tantas las
ganas de ver a su mamá que, pese al pellizco en el pecho por el miedo
a desobedecer, se atrevió. En casa el abuelo nunca hablaba de mamá. Cuando le preguntaba, fruncía el ceño como quien se
estaba sacando la espina de una
rosa clavada y hacía como que no escuchaba.
Como si las palabras que hablaran de su hija se desintegraran automáticamente como papelillos
consumidos por el fuego A la abuela se le humedecían los ojos y le explicaba
—frotándole la cabeza— que mamá fue una
niña buena, como él lo estaba siendo ahora,
solo que las juntas la malearon. Cuando
decía " juntas" él intuía que se refería a ese amigo de mamá. Un hombre fornido, de corta
estatura, con la cara llena de cicatrices de acné y cejas
espesas que siempre gruñía y soltaba muchos tacos y, lo peor de
todo, al que mamá — incomprensiblemente—
llamaba rey.
Los recuerdos que aquellas juntas
que él guardaba por más que desplegara su memoria
estaban grapados al papel aluminio y una
cuchara con la que su madre quemaba en
alcohol unos polvos blancos. La llamarada azul y un vapor de
extraño olor le hacía entornar los párpados y desplomarse sobre el sofá. El no
sabía qué era aquello, tan solo que era
veneno y a medida que aquel veneno iba consumiendo a su madre él y los abuelos
fueron testigos atónitos de cómo
su cuerpo se iba degradando en un espectro
de huesos.
Un día apareció por casa la policía. La acusaron del asalto a un
quiosco con homicidio. El asesino fue ese
horrendo amigo de mamá, ese que nunca quiso reconocerle como
hijo, pero la condena la cumplió ella. Una pena en la cárcel donde los presos no podían
salir, pero el caballo que si entraba terminó por ennegrecer los pocos dientes que le quedaban.
Cuando abandonó la cárcel ya no quedaba
ni rastro en mamá de aquella chica
buena que una vez fue y por lo que tanto rezaba la abuela. Él acompañaba muchas veces
a la abuela y le encendía velas los domingos en misa, aún sin comprender la relación que podría existir entre una cosa
y otra, pero —se decía— los adultos
siempre hacían cosas extrañas como
cuando mamá llamaba rey a ese monstruo.
Aquel destartalado
lugar de
baldosas desportilladas negras y blancas estaba bañado por un espeso silencio solo roto en la planta de
arriba por el golpeteo contra la pared
de un cabecero de hierro de una cama con
un colchón inmundo. De vez en cuando algún gemido ahogado se escapaba por las
escaleras y él, sin saber por qué, sentía
un picotazo de rabia seguido de un profundo vacío que se llenaba a
continuación con el frío de un hielo
infinito.
El amigo de mamá en una
ocasión lo sacó de allí a palos: <<Qué
espantas a la clientela, imbécil>>, le dijo. Fue tal la tunda que
lo cubrió de moratones y sangró por la
nariz. El abuelo encendido de rabia fue a
pedirle explicaciones, pero regresó tembloroso y sangrando
por la nariz y la boca.
Aprendió a
subir y entrar a la habitación cuando mamá no
estuviera trabajando, muerto de miedo por si aparecía aquel
horrible rey que decía que él no costeaba a gente vividora. Para hacer tiempo
mientras se marchaban aquellos tres se sacó del
bolsillo un trozo de madera y con la
navaja que le regaló el abuelo se entretuvo en tallarlo para dar forma a un rey de ajedrez.
Los negros subieron y,
entonces,
el viejo de
greñas le preguntó que qué hacía allí un chico tan joven. Él respondió con calma
como cuando su abuelo levantaba una
pieza del tablero para anunciarle jaque mate. Torció el gesto y un ligero sentimiento de culpa pareció
incendiarle la cara cuando le escuchó
decir que estaba esperando a su madre, pero tras unos minutos cuando los
dos negros bajaron él
marchó escaleras arriba sin más.
Concentrado en tallar la pieza apareció con la cara desencajada, el amigo de mamá. <<Esos
negros me han dicho que sólo han pagado
por uno. Se cree tu madre que me chupo el dedo >>, gritó corriendo escaleras arriba y
al poco el señor mayor las bajaba a
trompicones con el pantalón a medio abrochar.
Oyó gritos.
Y golpes.
Y llantos de mamá.
Subió las escaleras con las manos metidas en
los bolsillos y entró con sigilo a la
habitación. El amigo de mamá ocupado en abofetear a su madre no se percató. Él, despacio, sacó del bolsillo la navaja y tras una pausa como las que se tomaba el
abuelo antes del último movimiento en
sus partidas de ajedrez se abalanzó
sobre aquel hombre y rebanándole el cuello
le dijo: <<Jaque mate>> .
Después, arrojando la figura del rey recién tallada y toda su rabia
sobre el cuerpo inerte cogió la mano de
su madre para marcharse a otro lugar con
esa ilusión incombustible de búsqueda de
un futuro mejor aunque continuaran siendo
perseguidos por la misma
obstinada miseria de siempre tan incombustible como la ilusión.
FIN
Desgarrador relato. Revuelve las entrañas
ResponderEliminarAsí es, Esther. Un relato duro, sórdido, cruel, desprovisto de la más mínima humanidad salvo por el protagonista que aunque comete algo atroz lo hace movido por el más puro amor.
Eliminar