#HISTORIASDEPADRES : UN RELATO PARA EL CONCURSO DE ZENDA

 HAZME UN BIZUM

Por el 19 de marzo me acuerdo de mi padre.  Algo absolutamente lógico. No tiene nada de extraordinario acordarse del padre en el día del padre. Lo que  quiero decir es que en el día del padre no pienso en mí como el padre que también soy. Solo  rememoro la  figura paterna como hijo que soy aunque desconozco si mi caso es particular o  algo  más generalizado, que se piensa pero no se exterioriza. El caso es que   la referencia de ser hijo la tengo  mucho más grabada  que   la  de  padre y no por falta de haber derrochado esfuerzo, tiempo y horas de preocupación y vigilia, sin pegar ojo, cuidando de los hijos porque el amor de un padre (progenitor A o B en algunos formularios) hacia un hijo nunca se agota, ni  se derrocha, ni se malgasta, aunque, eso sí, pueda quedar  en balde. Ser padre ( o progenitor B o A) en la infancia, aunque duro, es agradable, pero a medida que los hijos crecen esa sensación de ser algo agradable se va esfumando  y solo quedan  las espinas de aquel tallo que antaño sostenía una bella flor y uno tiene que hacer  verdaderos esfuerzos para recordar la flor de los hijos.

Quizás para eso sirva el día del padre ( o del progenitor B o A, no sé bien).

<<Hijo, dime   que llegaste bien >>, le escribo por whasap, cuando sale de fiesta con el coche, o cuando se va de viaje con los amigotes y amigotas por ahí.  Escribo mensajes breves para no molestar y  después de calcular que ha pasado un tiempo prudencial  desde que se marchó y que ya  ha tenido  oportunidad de decir algo, porque  con una escueta respuesta tipo: <<Estoy bien>>, me conformo. Lo malo del asunto es que raras veces responde. Nunca al instante. Con suerte a las horas y la mayoría de las veces ya de vuelta en casa cuando aparece como un fantasma con  la cara macilenta, los ojos cansados y el paso lento y demasiado cansado como para cruzar apenas algunas  palabras. Cuando regresa  esté haciendo lo que esté haciendo y sea la hora que sea, en el tiempo que tarda en introducir las llaves en la cerradura y darle el par de vueltas para abrir la puerta    me he situado con agilidad felina  en el pasillo. Me mira y me saluda  en un susurro apenas audible y desaparece  en su cuarto  como si fuera la cripta de un cementerio.

Hoy es 19 de marzo (o del progenitor B) y recuerdo a mi padre. Este año mi hijo cumple 24 años. Me acuerdo,  como si fuera ayer, cuando yo  tenía esos mismos  24 años que mi hijo tiene ahora. Acababa de terminar los estudios de filología hispánica y me disponía a pasar un verano descansando, recuperándome de tantas horas de café y vigilia delante de apuntes y libros.

<<Hijo, tenemos que sacar esto adelante>>, dijo mi padre la misma tarde que llegué a la casona de campo con la alegría de  haber aprobado  las asignaturas,  el último curso y  terminar la carrera.

<<Me siento orgullo de ti, hijo, era tu obligación también y no poco esfuerzo hemos tenido que hacer tu madre  y yo para que tú pudieras estudiar>>, y desde la mañana siguiente antes del amanecer me levantaba y me iba con mi padre a las tareas del campo.

<<Esto y no otra cosa, es lo que nos da de comer, hijo>>, me decía mi padre.

<<Hijo>>, así se refería a mi padre a  mí cuando me pedía que me esforzara un poco más en las inagotables tareas del campo o cuando no podía darme algo más del escaso dinero que me daba para  las fiestas del pueblo cuando  mis amigos parecían tener bolsillos inagotables para poder tomar churros, montarse en los coches locos de manera continua, bailar en la discoteca   e invitar en todos los puestos de la verbena a las guapas forasteras, hijas de los que tuvieron un día  que marcharse del pueblo a la capital y  que acudían por las fiestas.

 Cuando le cuento todo esto a mi hijo, parece como si le hablara un marciano de la vida en un extraño planeta. Parece decirme con los ojos <<Pues   no haberlo hecho, a mí que me cuentas>>

Hoy es el día del padre ( o del progenitor A) y suena mi teléfono móvil. Está llamándome mi hijo. Veo su nombre, que es el mío seguido de la palabra hijo aparecer por la pantallita del móvil.  Seguramente es para felicitarme el día y una emoción de alegría que no puedo controlar me sacude desde los pies hasta la nuca. Los ojos se me humedecen y deslizo torpemente los dedos por la pantalla para atender su llamada.

<<Papá, -dice y me pongo alerta porque siempre que escucho  papá es para pedirme algo y la emoción de alegría por la llamada empieza a evaporarse.-. Papá, por favor, me he quedado sin blanca, hazme un bizum>>.

 La respiración se entrecorta y me quedo dubitativo. No sé qué responderle.  Si decirle sí, o no o bien preguntarle si no sabe qué día es hoy. Siento como los demonios  comienzan a nublarme la razón, pero gracias a dios,  justo antes de ser engullido por completo en su mar de azufre pienso que este, mi hijo, será quien el de aquí a no mucho deba de preocuparse en buscarme una residencia y ese pensamiento junto a un río de saliva que recorre mi garganta consigue hacerme callar.

<<Papá, papá, estás ahí>>



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