RELATO FINALISTA EN EL CONCURSO DE NARRACIONES BREVES (RELATOS DE VERANO) VÍA MUERTA


RELATO PUBLICADO EL 24 DE JULIO EN EL DIARIO IDEAL
FINALISTA EN EL CONCURSO DE NARRACIONES BREVES


Vía muerta


VÍA MUERTA
Para ir al  nuevo trabajo en la capital cogía,  temprano, un  cercanías.  Aquel mismo tren que, ahora, sentado en el banco de la vieja estación,   veo  pasar fijándome en los pasajeros de sus vagones  dónde debería estar yo.
 Para ir al trabajo empleaba una hora de ida y otra de vuelta que aprovechaba para leer y    meditar con la mirada absorta en los paisajes que pasaban veloces  como la vida   a través de las ventanillas.  Vivir en la urbe era algo que no podía permitirme  en cambio, a 60 kilómetros, esa misma vida resultaba  más económica. En un pueblo que, a fuerza de acoger a otra mucha gente como yo, había acabado transformándose como un tumor  en algo irreconocible plagado de edificios de ladrillos rojos que habían cercado  el bello casco antiguo de calles serpenteantes y adoquinadas que constituyó alguna vez la esencia de aquel lugar. Cuando le expliqué a mi madre adónde me había ido a vivir me aclaró, un tanto sorprendida,   que mi abuelo  transitó mucho  por aquellas zonas como viajante de una empresa textil  e incluso creyó recordar que durante algún tiempo vivió  cuando joven en aquel mismo pueblo en dónde yo me había establecido. ahora.
 Qué curioso dijo mi madre .De todos los nietos tú eres quién más te parecías a él y el que más de cerca vas a seguir sus pasos.
 La llegada del tren a la gran urbe era  anunciada  por unas  fumarolas  que, doblándose en  altura como si un gigante las  soplara,  caían después como  un manto oscuro cubriendo  la ciudad. En contraste, a solo unos pocos  kilómetros de allí, la vegetación, los campos  de cultivo y el aire limpio parecían ser los  escenarios de cuento idílico.
De ese nuevo trayecto diario que desde el mes de julio  hacía  me llamaba la atención una sucesión de pequeñas estaciones de tren, creo que ya abandonadas, porque tenían   grafitis humillando las fachadas de sus edificios, aunque una de ellas, cuyo nombre no podía saberse por que los carteles  a la entrada y salida estaban oxidados, lucía mejor que el resto. En ella no había rastro de  grafitis y sólo desentonaba el que hubiera  maleza alrededor del  único  banco de madera de respaldo curvo que presidía   su viejo andén y en  el que, casi desde el primer día, aseguraría que veía a una mujer de pelo largo y claro sentada  con una gran maleta  mirando  atenta el paso de nuestros vagones.
Y, juraría, que había empezado a sonreírme.
Pero, a pesar de que el tren no hacía parada, allí se encontraba aquella mujer levantándose del banco  agitando una mano  a nuestro paso  mientras con la otra sostenía su pesada maleta.
Parece que esa mujer quiere subirse al trenobservé al viajero que tenía enfrente.
El pasajero dirigió con interés su mirada a través de la ventanilla, pero como ya casi habíamos dejado atrás la estación  no la pudo ver.
Cuando hablaba con mi madre por teléfono esperaba encontrarla feliz por el hecho de que su hijo estuviera labrándose un porvenir, pero la realidad  es  que la notaba preocupada como si un cielo radiante y azul se hubiera cubierto de repente de nubes.
Hasta que me contó el motivo de su desazón.
 Mi abuelo trabajó como comercial de una empresa textil  por toda España, pero especialmente por aquella zona donde yo residía. Era guapo y apuesto. De palabra y trato amable y tuvo muchas novias. Incluso después de casado, pero hubo una de la que se quedó prendado. Aquella mujer estaba casada con el oficial de una estación de tren por la que él pasaba todas las semanas. Mi abuelo  bajaba allí y en la cafetería cruzaban sonrisas, palabras y besos furtivos. Quedaron en que un día ella se subiría al tren con él y vivirían juntos para siempre, pero mi abuelo o la engañó  o se echó atrás (mi madre ya había nacido por entonces).  El caso es que la plantó y  nunca más volvió a aparecer por allí. Se cuenta que la mujer enloqueció y  vestida con sus mejores galas esperaba  a que mi abuelo llegara  sentada en el banco del andén. Decía  a la gente que en uno cualquiera de los trenes llegaría su amado. Al final, dicen que se suicidó  o que el marido, harto de ella, fue la que con una de las medias que vendía el abuelo la estranguló.
Nunca se supo.
Hijo, esto que te he contado, en el mundo de los vivos, sólo lo sabemos tú y yo.
 Aquella confidencia, a pesar del calor asfixiante en las noches de julio, me dejó tan frío como si me hubieran enterrado en cubitos  de hielo.
 Ya no me atreví a mirar  al paso del tren  por la estación, hasta que  el tren sufrió una avería que le hizo detenerse justo allí. Con  revuelo de voces agitadas y pasos acelerados del revisor de un lado a otro sin que en ese tiempo  bajara ni subiera nadie. Ni siquiera se abrieron las puertas a pesar  que el aire acondicionado dejó de funcionar y el calor apretaba.  Me armé de valor y miré al andén justo cuando el tren reanudó la marcha, pero no vi a la mujer, solo, fruto de mi imaginación debido a la excitación y el cansancio, el reflejo en  alguna ventanilla del  rostro de  aquella mujer guiñándome el ojo.
De madrugada  me desperté empapado en sudor  agitado en un mar de pesadillas. Escuché arrastrarse algo por el pasillo.  Pensé que deliraba y al asomar la cabeza  vi  una  maleta    con ropa de mujer.
  Un aire fétido me envolvió impidiéndome respirar. Como si alguien me anudara el cuello con  una media y me estuviera asfixiando.
Hasta regresar al sueño del que   desperté.
Ahora, lo que no hizo mi abuelo lo hace su nieto,  junto a su amor en aquella estación donde ella tanto le esperó.
Acaricio su mano huesuda  y fría y ella   mi rostro blanco como la luna   esperando el paso del tren.
 Con el tiempo detenido.
FIN

Comentarios

  1. Acabo de leer tu relato ,que como todos, me ha gustado. Veo que progresas y ,sobre todo, no te detienes. Felicidades.

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