SEÑUELOS DE COMUNICACIÓN EN LAS REDES SOCIALES: UNA REFLEXIÓN PUBLICADA EN LA REVISTA ÁGORA
Artículo publicado en la revista cultural, de ensayo y literaria: Ágora.
Las redes sociales tienen su lado bueno y su lado malo, ventajas e inconvenientes,
como todo. Luces y sombras. Se trata de acentuar la intensidad de su luz para que nos
ayude y al tiempo precaverse del mal uso que pueden alargar su sombra hasta
envolvernos en un mundo de penumbra, como ya está sucediendo.
Los antídotos para protegernos del peligro que pueden suponer las redes sociales son
sencillos: sentido común y pensamiento crítico, pero claro sentido común y
pensamiento crítico son como los diamantes: de un gran valor, pero escondidos en la
profundidades de la tierra a dónde no se llega sin esfuerzo. Y a los que hay que pulir.
El éxito de las redes sociales se debe a que explota dos características muy acentuadas
del ser humano. Una, que somos seres sociables por naturaleza, y otra el miedo a la
soledad. El ser humano necesita relacionarse con el entorno; tener un círculo de
amistades donde apoyarse y crecer y ante este hecho las redes sociales aparecen como
un sustitutivo virtual de esta necesidad vital cosa que está bien, lo malo es que, a veces,
esta simulación es perversa y tan eficaz que al cerebro lo engaña. La gente puede tener
centenares de amigos en su cuenta de facebook y eso a su cerebro parece serle
suficiente. El usuario se comporta cada vez más como un ser solitario,
hiperindividualista, con una capacidad atrofiada de comunicación, pero creyéndose
muy integrado en la comunidad, con don de gentes y repleta de amigos a juzgar por la
cantidad de likes y tuiteos que tiene. Esto ocurre ya. Gente incapaz de acabar con una
relación sentimental en persona y que opta por hacerlo vía redes sociales. Y aunque las
redes nos acercan (de manera algo ilusoria) a personas muy alejadas, separadas
incluso por océanos y miles de kilómetros, su otra cara es que nos separan de manera
brutal (y real) del que tenemos justo a nuestro lado. Es una triste paradoja ver en bares
y cafeterías a grupos de jóvenes y no tan jóvenes en torno a una mesa con el dispositivo
móvil sobre ella, mirando de reojo con quien se conversa, pero absolutamente
pendiente de su pantalla, de si ha vibrado o a emitido algún pitido, no dudando en dejar
con la palabra en la boca a su interlocutor para consultar el móvil caso de que éste le dé
la más mínima señal. Ejemplo áspero de como las tecnologías han invadido nuestra
intimidad y absorbido la atención sin apenas darnos cuenta. Prioridad de la máquina
sobre el humano. Esa sombra alargada de la que hablábamos al principio. El amigo
puede contar algo interesante, pero lo escucharemos con una impaciencia aumentada en
la época de la inmediatez de las tecnologías y la brevedad de los 140 caracteres que nos
aleja de la reflexión y la profundidad. Ahora se trata de que todo sea rápido, a golpe de
clic. Cuantos más "me gusta" y más "corazones tuiteros" y más "comparto" más
felicidad, pero se trata de una felicidad virtual y si la felicidad real, la de las cosas de la
vida, ya es efímera de por sí más pronto aún se desvanece la virtual que apenas sirve
para aliviar a unos espíritus cada vez más empobrecidos, egoístas y solitarios.
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Redes sociales que nos han hecho pasar del abrazo al teclado. De la conversación
relajada al me gusta y comparto. Pero "me gusta" y "comparto" ¿qué?, pues humo,
señuelos de bytes de información codificados en ceros y unos que no son nada aunque
puedan parecernos todo. Redes sociales que fomentan un excesivo individualismo. Egos
hinchados en detrimento de la comunidad.
Otro peligro de las redes sociales es que sirven (y muy bien) para hostigar, acosar y
chantajear. Todo lo que las almas podridas pueden hacer en el mundo real lo trasladan a
las redes sociales solo que amplificadas, al instante, y de manera más potente. Cada vez
más estudiantes declaran haberse sido víctimas del ciberacoso. La amenaza a la salida
del colegio se propaga sin descanso día y noche por las redes sociales. Imágenes
íntimas se pasan por whasaps de teléfono en teléfono, la complicidad de los testigos que
miraban y callaban en la calle, lo siguen siendo en el mundo virtual con el reenvío
telemático, vía redes sociales de videos o imágenes vejatorias.
Las personas son cada vez más dependientes del dispositivo móvil. Podemos afirmar
que si alguien olvida su móvil en casa o en el trabajo no dudará ni un segundo en ir a
por él, a cualquier precio. Causan adicción. Nos engancha y lo que es peor a las
generaciones jóvenes les permitimos que abusen de ellas sin control. Muchos niños de
diez años tienen sus propio teléfono móvil. Sus consecuencias, falta de perseverancia,
de concentración y por tanto la frustración acechando a la vuelta de la esquina. Aunque
también es cierto que estos jóvenes que han conocido esta tecnología desde la cuna
quizá puedan sobrellevar mejor esta dualidad del mundo real/virtual.
Cierto es que las redes sociales pueden ofrecernos variada y abundante información de
manera cómoda, pero no es menos cierto que tanta información satura. Ni lo mucho ni
lo poco. Además mucha de esta información no deja de ser el eco repetido hasta el
hartazgo de las mismas cosas cuando la gente comparte y retuitea lo mismo, muchas
veces. Mención aparte es el hecho de que por la red circulan auténticas perlas del
conocimiento junto a la basura más degradante. El saber puro junto al bulo chusco, pero
a nuestros jóvenes les cuesta distinguir una cosa de la otra. El reto para las
generaciones venideras está en lograr el correcto uso de las redes sociales. Se trata de
coger la rosa y no clavarse la espina y para ello nada mejor que el análisis y el
pensamiento crítico. Hagan una pequeña prueba: tomen distancia para divisar el bosque,
aléjense de las redes sociales durante un tiempo. Lo esencial no se hace evidente hasta
que nos despojamos de lo superfluo. Más personas, más lazos de humanidad y no
tanta red y teclado trufados de vacuidad. Y, sobre todo, que no falte el sentido
común.
Por Juan Manuel Chica Cruz
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