AMOR EN LA CONSTELACIÓN VIRGO
AMOR EN LA CONSTELACIÓN VIRGO
Fue en una calita recogida y dulce de la costa del sol, arropada por las noches tibias de finales de verano cuando escuchó por primera vez su nombre, entre susurros, de labios de un hombre. Aunque nunca acabara de pronunciarlo del todo bien, le hacía gracia como lo chapurreaba con ese acento andaluz tan alejado del español canónico que suelen enseñarnos en Suecia. Aquellos susurros a su oído la hicieron estremecer de tal manera como nunca mas volvió a experimentar. Nada como aquellos cosquilleos eléctricos recorriendole su estómago como cuando estuvo junto a él. Con el suave batir de las olas acompasado al de sus cuerpos entrelazados; bajo lechos de arena y el olor al salitre del mar sintiendo las manos y las caricias de aquel hombre, los besos y su pasion entregada con el firmamento oscuro y sereno como callado testigo de un amor que nunca olvidaria.
Aunque intuía que aquello duraria lo que duran las noches firmadas por los luceros de la constelación de Virgo, dejó caer todas sus lágrimas sobre la orilla en la vísperas de la despedida jurando no volver a enamorarse y por supuesto tampoco se alegró cuando en la recepcion del hotel donde se conocieron, le dijera, esa vez sí, bien y por última vez su nombre:
“Adios, Arnborg”
Han pasado justo 18 años desde entonces y ahora, a finales de agosto, por mi cumpleaños, me he animado a visitarle. Aunque ya sé de sobra que amores como aquel duran lo que un corazón dibujado en la playa me gustaría verle. Sigue trabajando en ese hotel que ahora regenta. Me he registrado con mi nombre y lo ha vuelto a pronunciar como antes y también me ha hecho gracia. Le he sonreído mientras lo escribía y me ha correpondido con otro gesto amable, pero superficial. Ni Arnborg ni el apellido le han dicho lo mas mínimo. Ni siquiera una mirada de reojo, aunque al devolverme la documentación, muy amable, me ha felicitado por mi cumpleaños, porque el programa informático le ha alertado. Le digo que soy Virgo, guiñándole un ojo y le planto dos besos. Se ruboriza un poco y me alejo. Le observo mientras subo las escaleras y él sigue atendiendo a otros huéspedes. Esta claro que a pesar del tiempo aún conserva señales de lo que debió de ser en su día un joven muy guapo. De tez morena y ojos verdes de mirada profunda.
Un mirada y unos ojos que compartimos, en secreto, bajo el signo de Virgo.
Cuando repare en mí se acordará de ese amor de hace 18 años y de aquel nombre que tanto le costaba pronunciar por mas que mi madre le ayudara . Y si no lo hace, aunque sea su hija, haré caso a mamá y lo dejaré pasar porque como ella dice: El amor sigue tocando el corazón aun despues de acabado de igual manera que sigue llegando luz de las estrellas aún mucho despues de haber desaparecido.
Como aquellas estrellas bajo las que se amaron mis padres.
FIN
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