Un relato: El ingenioso abogado
El
ingenioso abogado
Mi nombre luce en una placa dorada algo desgastada por
el sol y la intemperie en un portal de
una callecita de Barcelona. Debajo del nombre figura la palabra Abogado.
Buena ocupación esta para deshacer
agravios, enderezar tuertos, enmendar sinrazones, abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Clientela no falta, trabajo tampoco y aunque lo de cobrar
honorarios no va tan parejo, no
puedo quejarme. El despacho me da hasta
para tener a un secretario, un vecino desocupado que, además de ordenarme papeles y agenda, también me ofrece buenos consejos. Otro
cantar es que mi sentido del honor permita seguirlos. Dice que debo despabilar, porque las más de las veces, por ser demasiado caballero, abusan de
mí regateando en el pago de la minuta ya de por sí magra y aún otras muchas sin siquiera regateo, dejan en olvido eterno la factura y la deuda. Yo respondo
a esas cuitas, con gesto renuente, que tiene razón, pero que gracias a Dios eso no
lo hacen todos si no sólo algunos, pero él, con impertinencia, replica que la voz está
cundiéndose y que más pronto que tarde
llegaremos al punto de que no page
nadie. A lo que digo que por eso no se ha de preocupar puesto
que buen pago tendrá cuando mi tía que frisando los noventa años y, que no
tiene otro heredero que yo, cierre los ojos me dejará su casita de campo con
huerta que es la que él tendrá como recompensa. A buen seguro que le
hará ilusión y ya que la gobierne como
mejor convenga que si lo hace con la
sabiduría que se le ha debido pegar
trabajando a mi servicio mal no
lo hará.
A confesar verdad he de decir que de cuando en cuando acepto llevar casos de desvalidos, de los que bien sé, por supuesto, que no me voy a llevar nada, pero no me importa. Mi padre
desde pequeño bien me enseñó que no todo debe ser guiado por el dinero y que
más vale el buen nombre que las muchas riquezas. Sin ir más lejos, antes de tomar el avión hacia Argel, tuve un juicio. Le conseguí evitar la cárcel
a un desgraciado, un yonki consumido por
el mucho vicio y la poca virtud, pero tuvimos suerte con mi alegato preñado de
esperanza en la reconversión del hombre que convenció al tribunal, aunque de poco sirviera al infeliz, exactamente para cinco meses que fue el tiempo
que duró en la calle antes de meterse en
otro lío. Y de este ya no he podido rescatarlo. Esta vez no intentó atracar viejecitas que lo derribaban a bolsazos sino a una sucursal bancaria y eso es como luchar contra molinos de viento como muy bien me avisara mi secretario.
Les contaré el
motivo que me ha llevado hasta Argel. Mi esforzado secretario no sabe la
historia del todo, pero cuando me recoja a la vuelta tendré que explicárselo. Hace
cosa de unos cinco años se presentó en el despacho un matrimonio. Él era un señor de unos cincuenta años.
Cabellos de plata y cara afilada. Elegante
y de buen porte. Un empresario de Llobregat de éxito.
Su esposa era una joven 20 años menor, muy hermosa, de ojos de miel y cabello largo y
oscuro donde se perdía el sentido de quien la contemplase. Me costaba seguirles el hilo de la conversación,
obnubilado con semejante belleza de mujer. No podían tener hijos y el mayor sueño del hombre era tener uno a
quien legar su fortuna. Querían adoptar. Acepté el caso y la mejor solución la
encontré en territorio bereber donde sus gobiernos solían
poner menos trabas para que niños sin padres ni madres, ni futuro tuvieran alguno
aunque fuera en reino cristiano. Di en Argel
con un orfanato dónde un niño podría venir a España. Tras mucho batallar con
los moriscos, pagando sobornos aquí y allá logré cerrar el asunto y cuando todo
estaba atado, aquel señor empresario, al ver las fotos del infante, me dijo que
se había arrepentido de la adopción y también de su esposa y que abandonaba a
las dos. Pensé que un rapto de locura se había apoderado de él, aunque mi
secretario pensaba que locura era lo que
tenía antes para haberse casado con
semejante adefesio de mujer, que más bien un rayo de lucidez era lo que le
habría sobrevenido ahora y —agregó— que de aquel niño juraría por la mirada perdida y las babas que le colgaban
que no sería de seso avieso.
Enfurecí tanto con
sus bellacas palabras que desde entonces nunca más me ha contrariado cuando le hablo de aquella
mujer como la más hermosa de todas cuantas he conocido y que ha cautivado mi
corazón.
Mi secretario nos
ha recogido en el aeropuerto a mí y al niño.
Los ojos como platos se le han quedado cuando le he dicho que al pequeño
después de tanto tiempo le he tomado cariño y seré yo quien lo adopte y lo cuide como todo buen
padre hace con sus hijos.
Mañana iremos al
Registro y le pondré el mismo nombre que
mi padre me puso a mí, Alonso , y en cuanto aprenda castellano leeremos aquel libro que leía mi
padre y con el que aprendí a defenderme de las asechanzas de la vida.
Pero eso mañana, ahora
tenemos que dar con la ex mujer
del empresario. Le mostraré al niño y le pediré matrimonio. Todo ello va bien
explicado en un carta que he redactado aunque ahora no la hallo.
<< Son mis
leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de vida
regalada, de la ambición y la hipocresía y busco para mi propia gloria la senda
más angosta y más difícil. ¿Es eso, de tonto y mentecato?>>, respondo.
FIN
Buenisimo, un abogado Quijote. Muy bien narrado. Me encanta.
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