BESOS DE AGUA Y LIMÓN
Besos de agua y limón es un relato corto que aparece publicado en la revista cultural Pansélinos (luna llena) en su número 33 correspondiente al mes de octubre de 2024.
La revista digital se puede leer y descargar en este enlace de más abajo:
https://drive.google.com/file/d/1X5qfJyAGLkyspDIXlyp6DUNU27uJ-h-m/view
|BESOS
DE AGUA Y LIMÓN|
Me atacan
feroces jinetes con sus crueles cargas de lucidez que rompen la negrura de mi
memoria. Intento huir de ellos y cierro
los ojos para que así me envuelva la paz de los muertos y me desvanezca en el
tiempo y la memoria, pero siempre
reverdece ese sentimiento de quien ha
estado alguna vez vivo, vivo de
verdad, y no el de quien anda convertido en un
muerto de mentira que es un cosa
que duele. Duele mucho. Retrocedo
muchos años atrás y a mis veranos en el pueblo. Vida destellante pura e
inocente. Me vuelvo a ver nadando en el
agua cristalina y fría que bajaba de las
montañas para descansar en aquella alberca que también recogía mi primera juventud. Qué feliz
regresando a esos dulces veranos
ya de un futuro perdido. Tiritando, con
la piel de los dedos arrugada, recibiendo las
caricias del sol frente a los
limoneros de la alberca con su
porte perfumado y elegante; testigos de cómo la vida crece arañando el suelo con sus raíces; absorbiendo el amor líquido de una tierra que los
alimentaba mientras mi cuerpo se
estremecía con aquel primer amor que aparecía todos los veranos y
nadaba con esa elegancia que solo poseen los seres sublimes; hasta el agua se apartaba a
sus brazadas haciéndole reverencias
mientras el resto chapoteábamos con
manotazos de náufrago.
Bajo aquellos
limoneros entendí que la belleza
de un pájaro está en su vuelo y no en tu mano
y por eso, mejor verla
nadar que retenerla en un abrazo infinito. Amarla hasta que la vida nos alejara como se alejan los ríos desde su
nacimiento.
Al regresar al pueblo mientras mis padres
vivían acudía a la alberca y acariciaba a los
limoneros. El tacto de sus hojas me devolvía el roce de aquellos besos
robados y escondidos a miradas
ajenas en aquellas tardes de
verano. Aquellos besos y caricias bajo sombras verdes al borde del agua me
vienen ahora al recuerdo por culpa de
estos jinetes de la lucidez que me lancean sin piedad. Si alguien
quisiera complacerme en la medida en que se puede complacer a un muerto me gustaría que mis cenizas reposarán junto a
aquella alberca y sus limoneros que guardan
lo mejor de mi vida.
Y de mis
besos.
Quiero que mis cenizas sirvan de sustento a
sus raíces, ser absorbidas por ellas para con el tiempo alcanzar sus hojas y
contemplar los reflejos de aquel agua fría y cristalina de la alberca que se
agitaba al compás de los acelerados latidos de mi corazón cuando estaba ella y
sentir las caricias del viento como sentí las caricias de aquel primer
amor que aún con el paso de los años
sigue nadando con igual destreza por los recovecos de mis sueños. Un amor sin
aristas, puro y cristalino de perfume a limón.
Veo de
nuevo a los jinetes de la lucidez
aproximarse ágiles y veloces a mi
encuentro y mi cuerpo ya no aguanta más tormento. Me apresuro para decirle a Caronte que me
cruce cuanto antes en su barcaza por el
río Aqueronte. Quiero la paz última para
un cuerpo vacío de esperanza y exangüe y
le digo que no puedo sufrir más.
Que mi deseo no es otro que el de la quietud de la muerte eterna bajo la
tierra alimentando al limonero de mis sueños al borde de la alberca, pero me
responde que aún no estoy muerto del todo y
mis labios pronuncia por última vez su nombre aún con la humedad del
recuerdo de aquellos besos de agua y
limón.
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