UN RELATO DE AMOR
MI CHICA
Digan
lo que digan el amor es maravilloso. Por poco que dure y a pesar del gusto amargo que esconde al final por dulce
que sea el bocado. A mí esto del amor me
agarró por las solapas a punto de entrar el invierno. Lo recuerdo porque aquel día no iba bien abrigado. Sólo llevaba un
jersey de hilo fino color amarillo, poca cosa para ir en moto. Fui al centro comercial y entré tiritando, castañeando los dientes y con las manos
enrojecidas. El aroma a café de una
cafetería hizo que aleteara la nariz, porque me fascina. Busque sitio en la abarrotada
terraza y encontré una mesita llena de vasos sucios, pero libre . Me pedí un café solo largo. Debió haber sido descafeinado, pero me dio
apuro hacérselo cambiar al camarero.
Después, no sé de dónde comenzó a
sonar una melodía de violines celestiales sólo para mis oídos.
A pocos pasos de mí, había una tienda de ropa y a través de las cristaleras del escaparate
observé a una mujer. Me quedé prendado
al momento y la seguí con la mirada. Lucía
cabello largo de color ocre
descansándole con mucha gracia sobre sus hombros y espalda. Ella me devolvió la sonrisa.
Y los guiños.
Desde aquel día, quedábamos todas la tardes en aquella cafetería del centro
comercial. Hasta el camarero ya me conocía de tanto ir y siempre que podía me reservaba aquella pequeña
mesa de la esquina frente a la tienda de ropa. Y si estaba ocupada me decía que no me preocupase que en cuanto
quedara libre la guardaría para mí. Desde esa mesita podía estar muy cerca de mi chica que trabajaba
en esa tienda de moda. Tenía
mucho estilo. Siempre elegante, a la última. Algo lógico dado su trabajo, pero es que además todo le quedaba de fábula.
Estoy convencido de que muchas de las ventas eran
gracias a ella. Las clientas se fijaban en ella y en su ropa y pensaban las ilusas que
les quedaría igual de bien, pero mi chica era la mejor y la más guapa.
Me dejaba hablar y sabía escuchar. Nunca me interrumpía. No como
la demás gente que creen saberlo todo y
te dejan con la palabra en la boca, cuando no girando la cabeza hacia otro lado, aburridos al instante,
invitándote, sin decirlo, a que calles. Ella me hacía sentir especial. Gracias a aquella mesita de la esquina de la
cafetería podía observarla a través del
escaparate. Y siempre, no sé cómo, me devolvía todas y cada una de mis sonrisas
y de cuantos guiños le hiciera. Procuraba hacerlo, eso sí, con discreción. No
quería despertar las sospechas del jefe.
Su jefe no me miraba bien. Le molestaba mi presencia todas las tardes.
Antes, de cuando en cuando, entraba a la
tienda fingiendo interés en comprar alguna cosa, pero mi chica me aconsejó que
la esperase fuera, en la mesita de la cafetería. Durante
la tarde, cruzábamos varias veces la mirada su
jefe y yo. Me ojeaba raro y yo le
sostenía la mirada mostrándome lo más
serio y duro que podía. De ese modo nos guardábamos el aire. Espero que no tome
represalias con ella. Le caigo mal y seguro que es porque en el
fondo está celoso. Celoso de que una chica tan guapa como ella esté enamorada
de mí y no de él. Qué se pensará. Que un primor de chica pueda fijarse en un patán desmadejado como él.
El invierno avanzaba y los días, poco a
poco iban desperezándose , estirándose cada vez más aunque dentro del recinto comercial la única
luz que se percibía es la artificial tan monótona y aburrida cómo todo lo que sucedía
allí, pero a pesar de eso a mí no me importaba pasar las tardes enteras
allí. El olor a café me encantaba y hasta
el camarero y yo nos hicimos amigos. Cuando le confesé que el médico me tenía
prohibido tomar café se sorprendió mucho. Espero que sigua todavía sirviendo aquellas mesas cuando
vuelva y que no se acuerde de eso que le dije.
No sé cuánto tiempo tardaré en aparecer
por allí. De momento no me dejan. Y tampoco me permiten tomar café. Supongo que ya se les pasará y que todo
volverá, como antes, a la normalidad. Ahora el amor y el recuerdo de mi chica es lo único que me da ánimos y fuerzas para soportar
esto. Todo fue por culpa de su jefe. El
jefe de la tienda se enfadó con mi chica
y la agarró del cuello. ¡Quería tirarla al suelo! Yo, al principio,
desde la mesa no supe reaccionar, mientras
mi chica, muerta de miedo, y con
los ojos abiertos de par en par juntaba sus brazos al cuerpo completamente
rígida. Dejé sobre la mesa las dos rosas rojas que le llevaba para aquel día de
San Valentín y agarré el casco de la moto. Entré encolerizado en la tienda y le grité para que la dejase, pero él no me hizo
caso y se carcajeó. Le golpeé con todas
mis fuerzas. Creo que fue con el casco,
pero no lo recuerdo bien, entonces ya dejó de hacerse tanto el gallito conmigo, ni
me sostenía la mirada. Al contrario, se tapó la cara con sus manos. Menudo
cobarde, pero yo continué pegándole y aunque chillaba no dejé de hacerlo. Llegaron dos vigilantes de
seguridad. Aún así les costó trabajo reducirme. Mi chica desde el suelo no me quitaba los ojos. Yo era
su héroe.
Me
han llevado a juicio y aunque les he contado todo esto a los señores de bata
blanca nadie me cree. Insinúan los estúpidos que no era mi novia si no un simple maniquí. Alguno incluso me dice que ella no me devolvió
nunca ninguna sonrisa, que era el reflejo
de las mías en la cristalera del escaparate.
Quizás tengan razón, pero qué sabrá nadie del amor. Era mi chica le diré a la jueza
guiñándole un ojo.
Fin
Estupenda narración, nada hace sospechar el final.
ResponderEliminarUn saludo
Una bonita historia de amor.
ResponderEliminar"Que mejor que deconstruir el amor
para luego volver a edificarlo"
¡Por fin otro relato! Final insospechado. bonito
ResponderEliminarInteresante final insospechado. Bonito. ¡Por fin otro relato!