Relato corto seleccionado como finalista para formar parte de libro de relatos eróticos de la Editorial EDISI.

La editorial EDISI va a publicar un libro de relatos eróticos con los relatos finalistas seleccionados en su concurso. Uno de esos finalistas lo he escrito yo. Lleva por título "Suspiros en la noche". Se lee en un suspiro (espero que placentero) ahí va:

Suspiros en la noche

No lograba conciliar el sueño. La combinación del calor, de finales de verano, y la cama, extraña, del nuevo piso hacía que los números rojos del radio-despertador se clavaran en mis retinas impidiéndome cerrar los párpados. Hacía una semana, justo el tiempo transcurrido desde que me mudara allí, que las noches eran sinónimo de vueltas y más vueltas sobre mí, enrollado entre las sábanas en un sentido y el contrario.
Abrumado por la noche y la soledad.
Por si esto no fuera poco, invariablemente, en el silencio de la noche, al otro lado del tabique, se oían suspiros de placer apenas sofocados que como una melodía en progresivo inscrescendo llegaban hasta el paroxismo. La excitación consecuente que experimentaba al oírlos era el remate que necesitaba para seguir sin pegar ojo: desvelado, excitado y solo. Las primeras veces, alertado, me incorporaba e incluso
llegué a pegar la oreja a la pared. Aquellos grititos, ahogados a duras penas, procedían sin duda de una mujer y se hacían acompañar de un pequeño ruidito, como el de un motorcillo similar al de un ventilador. Sentía curiosidad morbosa por conocer quién sería aquella mujer, pero no lograba nunca cruzármela en el rellano ni el ascensor ni en
ninguna otra parte. Intrigado, un día cotilleé en su buzón y averigüé su nombre. Otro día, de manera velada, aprovechando que me topé con otro vecino le pregunté quien vivía en el piso en cuestión. Ante mi inusitado interés, el vecino se sorprendió y tuve que excusarme diciendo que tenía goteras procedentes de aquel piso y que no conseguía localizar al dueño. Eso lo aclaró todo y me explicó que allí vivía sólo una mujer añadiendo a continuación dónde podía encontrarla en horario de trabajo. Cada noche, indefectiblemente, oía sus gemidos de placer mientras yo ardía en deseos de poseerla. Acariciaba mi sexo pensando en lo cerca que la tenía de mí, a un escaso par de metros y un tabique de por medio y como de manera tan solitaria y desaprovechada apagaba su ardor como yo apagaba el mío. Solo me faltaba ponerle cara y cuerpo a esos libidinosos sonidos.

Una tarde, en el supermercado, llegué hasta la caja y, de manera cansina, empecé a colocar las cosas sobre la cinta transportadora, simulando a un autómata mientras examinaba al detalle a la cajera. Era una mujer ni joven ni mayor, de edad indefinida, de cierto atractivo; con unos labios carnosos y unos pechos muy prominentes. Y
tentadores como aquellos suspiros de cada noche. Me fijé en su uniforme de trabajo constituido por un pantalón verde y una blusa a rayas sugerentemente desabotonada por culpa del calor y que dejaba algo más que entrever un sujetador de color violáceo y con sinuosos encajes que dibujaban líneas curvas sobre mi calenturienta imaginación;
su canalillo profundo y apretado secuestró toda mi atención y ella, con un gesto dulce y envolvente, me sacó del ensimismamiento con un "tarjeta o efectivo". Leí su nombre en la tarjeta identificativa que colgaba de su solapa y aquello evocó mi ardor nocturno igual que al leerlo en su buzón; el último artículo depositado en la cinta era una caja de profilácticos de sabores; ella la cogió para leer el código de barras y, de reojo, contemplé sus pechos una vez más. Eran grandes, sugerentes y fabulosos. Deseaba acariciarlos, besarlos y sopesarlos encima de mí. Me cautivaron y debí dedicarles más atención de lo que recomendaba la discreción y la educación porque la mujer, acompañada de una provocadora sonrisa, golpeó varias veces la caja de profilácticos "toc, toc" contra la cinta transportadora para devolverme, por segunda vez, a la realidad.
Cayó la noche y regresé a mis sábanas blancas y a mi insomnio veraniego. Cuando empecé a oír los suspiros, apagados en inicio, que crecían hasta la locura, acompañándose del ruido del motorcillo y sumado a la imagen de aquellos pechos embutidos en aquel sujetador de ensueño definitivamente terminé por sublevarme. Abrí
el cajón de mi mesita de noche y cogí los profilácticos; salí al pasillo y llamé a la puerta de la vecina. Aguardaba golpeando la caja de preservativos contra el marco de su puerta "toc, toc".Se acercaron pasos sigilosos y una luz apareció por la mirilla para desaparecer cuando se asomó a ella para escrutarme. Descorrió una cadena y, finalmente, abrió. Le mostré la caja comprada la tarde anterior y dije "Están a punto de caducar". Ella, con un camisón sugerente, semitransparente, negro que dejaba admirar en su totalidad aquellos pechos absolutamente escandalizadores y unas piernas dibujadas a tiralíneas tiró de mí hacia el interior susurrándome al oído "Usémoslos pues". Ahora era yo y no su vibrador el artífice voluntarioso de sus gritos desaforados de placer; sin ruidos de vibradores, tan solo el producido por el golpeteo del cabecero contra aquella pared, testigo mudo de lujurias, que separaba su lecho del mío. Tras ponerme con su boca, suave como un guante, el tercer preservativo, de sabor a fresa éste, de repente, jadeante, con el cabello húmedo y las sábanas empapadas en sudor, el radio-despertador sonó, indicándome que eran las siete de la mañana y que dejara de soñar porque mi jornada laboral estaba a punto de empezar. Y yo, resignado, suspiré.

FIN

Comentarios

  1. Joderrrrrr!!! Y eso q es x la mañana.

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  2. Imagínate en la sobremesa, o por la noche, jajaja.

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  3. No te conocía esta faceta. Me gusta.Es gracioso y a ver si llega a ser el ganador.
    Por cierto,no recuerdo si te contesté algo sobre los relatos que me enviaste.
    ¡Ah! El calor puede ser causa,nunca culpable,como no lo es la lluvia de que haya un accidente,etc,por mucho que en los Medios lo repitan casi hasta la saciedad. Al menos los chicos del tiempo en la 1ª ya lo han corregido.

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