Hace cuarenta años y tres mil páginas

 

Hace cuarenta años y tres mil páginas

 

De tu vida   nos queda un amor  mayúsculo al imperio de la  lengua y a su servidora  más ferviente y leal:  la palabra. La afilabas con precisión de bisturí porque sabías que la precisión de su  uso  era la única  manera de extirpar la incultura cerril que azota a todos los pueblos cuando se les hurta el favor de la lectura. Nos hiciste entender que la palabra alcanza  donde no llega la espada del odio y el oscurantismo; que la palabra es  bálsamo para la dureza de la vida y su luz ilumina las oscuridades más profundas. Sólo quién conoce la palabra sabe manejarla para  pronunciarla  con el corazón. Sólo quien conoce el reino de la palabra    conoce los caminos  del  pensamiento  para encontrar la libertad por extraño y difícil que sea el mapa que nos pone delante la vida.

 Y tú, que todo eso lo sabías, nos dedicaste con paciencia y generosidad  durante quince años y diez horas diarias  una labor homérica que permitió concebir el mejor legado que cualquier  pueblo podría soñar. Sin banderas, ni himnos,  provista tan solo de una máquina de escribir y cuartillas de papel donde plasmar  el amor a la lengua emprendiste una tarea de vértigo que ni los más audaces podrían siquiera sospechar. Sin más ayuda que tus manos tecleando y escribiendo para resucitar  palabras, porque sabías que con cada palabra que se olvida lo hace una parte de nosotros y de nuestra historia.

Hace ya cuarenta años.

Y tres mil páginas.

 Que nos dejaste, María Moliner, sin haberte hecho ni poca ni mucha justicia al honor que merecías. Negándote la entrada al Olimpo de las letras  por ser mujer.  Esperpento que sonroja y   humilla,  pero que con la  sencillez y  el humor que solo los genios gastáis    supiste dar la vuelta como a esos calcetines que tanto cosías.

 

 

 

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