NAVIDADES EN CASA. UN CUENTO PARA EL CONCURSO DE ZENDA #unaNavidaddiferente
PARA EL CONCURSO DE ZENDA .
#unaNavidaddiferente
NAVIDADES
EN CASA
Le
encantaban las Navidades y las disfrutaba aunque algunas cosas no le
entusiasmaran como, por ejemplo, esa ingesta de calorías en
magnitud desorbitada con tantas
comilonas que ya,
desde las vísperas de las tan señaladas fiestas para él, se inauguraban con la comida con sus compañeros (es un decir)
de la oficina. Otra de las menudencias que tampoco le atraía en exceso (aunque esta
año no lo había hecho) era el tener que deambular por las calles infestadas de gente como si anduviera metido en pleno rodaje de un capítulo de la serie Walking death sólo que con
más zombis de la cuenta y todo eso para comprarles regalos a los seres queridos y compromisos ( categorías ambas que le costaba diferenciar cuando la desazón se apoderaba de él). Mención aparte los sobrinos,
esos seres que a medida que cumplían años,
se transformaban en habitantes procedentes de otra galaxia y a los que se tenía que obligar a quererlos repitiéndose
maquinalmente que él era su tío y que ellos, hubo una vez, nacieron del vientre de alguna de sus hermanas
o cuñadas. Peor aún que los regalos a personas con grado de consanguineidad más o
menos diluida representaban los regalos para
con quienes sólo guardaba parentesco político porque, a pesar de lo muy entrañable que resultaba
para él la Navidad, le golpeaba (y con dureza) la duda de por qué en su familia, los
adjetivos descalificativos de enterado y
estirada acompañaban indefectiblemente al sustantivo de cuñado y cuñada fuesen los que fuesen. Pero, aún
así y con todo, el
espíritu navideño vencía y terminaba de
inundarle de amor y generosidad excepción aparte del detalle que significaba la obligación de cenar en Nochebuena, comer en
Navidad y tomar las uvas de fin de año
en alguna de las casas de sus hermanos.
Desde que enviudó, se sentían en la obligación de invitarle con cortesía hipócrita mal
disimulada en su voces con la
consabida frase: <<No te vas a quedar sólo>>, y él, con resignación
y pensando: <<pues igual que me quedo las 364 o 363 restantes noches restantes
del año>> se veía obligado a responder con agrado fingido aceptando a pesar de lo soporífero de tanta conversación agitada en
veladas interminables y machaconamente plagadas de anécdotas contadas
innumerables veces año tras año bajo la mirada displicente o
paternalista de los cuñados de turno.
Por eso, estas Navidades aún tan llenas de buenos deseos como de
toques de queda, horarios restringidos, mascarillas y distancias sociales representaron
unas de las mejores para él. Más austeras y
sentidas. Preparaba con mimo y algo de frugalidad su
cena de Nochebuena eligiendo entre los ricos manjares que
llenaban la cesta de Navidad que la empresa
le había obsequiado en compensación (nada
a su pesar) por la fallida comida de
empresa suspendida por el covid y
sabiendo que, con toda seguridad, tampoco
le invitarían a ir a casa de nadie y que si lo hacían podría escudarse en que, por precaución vírica, lo mejor era
estar cada uno en la suya, por una vez, durante unas navidades, experimentó la agradable sensación de que más que una persona extraña era, en realidad, una persona responsable.
FIN
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