NOCHEBUENA IRREPETIBLE

UN CUENTO PARA EL CONCURSO DE ZENDA


NOCHEBUENA   IRREPETIBLE


¿Recuerdas la Nochebuena abuelita?

Qué alegría. Fui la primera en llegar a tu casa de la mano de mamá y desde que cruzamos el umbral de la puerta no paramos un solo momento. Menuda la que nos tenías reservada  a mamá y  a mí, pero a tu lado cualquier cosa resultaba divertida. Hasta sacar a la calle las bolsas de basura, aun infringiendo la normativa municipal, para dejar  espacio en la cocina.  No parabas de dar instrucciones entre bromas y risas. Que trajín, organizando infinidad de cosas para que   los invitados se sintieran  cómodos en casa de la abuelita sin que faltara un solo detalle.  Hasta el árbol de Navidad lucía  más bonito que otros años, engalanado  con  cintas de espumillón y  bolas  más grandes y de más colores. El árbol presidía en una esquina del salón donde   luego, estaríamos todos  sentados a la mesa. Aquella mesa ovalada que  tanto me fascinaba recorrerla a gatas por debajo  siendo una bebé. Me decías, abuelita,  que en cuanto   la puerta del pasillo estaba abierta me escapaba  a todo lo que daban mis bracitos y mis piernecitas  para ir hasta la mesa dando grititos de alegría. La mesa  quedó esplendorosa  colmada de platos, vasos, cubiertos y  servilletas de tela de color. Yo misma la preparé.  El mueble vitrina que guardaba la cubertería y la vajilla  se quedó vacío. Coloqué no sé cuantas piezas sobre la mesa  con cuidado de que no me fallara el pulso.  Sólo se rompió un plato  de porcelana blanca, de esos tan bonitos decorados  con un sinfín de filigranas en sus bordes. Mamá me gritó por ser descuidada, pero tú, abuelita, saliste de la cocina veloz  a mi defensa y apretando mi cabecita contra tu pecho   las lágrimas que habían empezado a salirme  cesaron.

¿Recuerdas que me enseñaste a doblar servilletas en forma de rosa? Me parecía una cosa imposible, pero con tu paciencia comprendí que solo era cuestión de práctica. ¡Fue la admiración de todos los presentes!

 Después fueron apareciendo los invitados. Los primeros, los  tíos Germán y Teresa con  los primos Manuel y Loren y  ese acento suyo del norte tan divertido que traían. Parecía que cantaban al hablar. Muy  educados. <<Finolis>>, diría yo.   Si los tíos  les decían: <<No os mováis de la mesa>>, los primos  obedecían de inmediato con las piernas colgando de la silla  y sin pestañear como dos muñecos.  Cada uno con  una bola grande dentro de la boca que le abultaban las mejillas con chapetas coloradas por el calor que hacía en el salón.  Qué graciosos.  Nunca terminaban de masticar por completo y creo que, ante la mirada furiosa de sus padres, acababan por tragársela por miedo y para que no se les juntara con el siguiente bocado.  Después apareció el tío Fernan y su novia que no recuerdo cómo se llamaba. Desde que se divorció de la tita Enma, me cuesta recordar los nombres de sus novias. Yo creo, abuelita, que ni siquiera el tío Fernan se acuerda.   Los últimos en llegar fueron  la prima María con la tía Graci. La prima Mari, un poco estúpida, la verdad. Se creía ya muy mayor  por  ir al instituto y echarse rímel en los ojos. Hasta llegó a  confesarme en un momento de la cena sin apartar la mirada del móvil y  aburrida  porque nadie le escribía al whasap  que algunas veces salía de casa con una minifalda escondida en el bolso y que se cambiaba en el cuarto de luces del portal. ¡Qué locura! No sé si lo diría en serio o sólo estaba bromeando, el caso es que   se creía  especial porque salía  con niños más grandes.  No paró de presumir en toda la noche  del montón de amigos   que tenía  y de los muchos corazoncitos y seguidores que tenía en su cuenta de Instagram. Cosas de la edad, imagino, abuelita.

 Al principio, se notaba  el ambiente  tenso. Parecía como un encuentro clandestino. Todos con las mascarillas puestas,   pero tú, abuelita, con tu buen humor no dejabas de decirnos gracias entre viaje y viaje de la cocina al salón  y del salón a la cocina.

<<Qué apañada que es mi nietecita Laura>>, no dejabas de repetir durante  la noche. Y yo, algo avergonzada,  me decía, si estoy fundida cómo deberá estar ella. A medida que transcurría la noche  el sueño me iba venciendo, pero tú, abuelita, ¿recuerdas? estabas sonriente como en el primer momento. Qué vitalidad abuelita.

 El tío Germán y el tío Fernan eran los únicos que dejaban los platos vacíos. Hasta se quitaron las mascarillas: <<No se puede estar así>>, decían sosteniendo los langostinos en el aire para engullirlos como si fueran garzas. La novia del tío Fernan  no paraba de llenar las copas de vino. ¿Cuántas botellas descorchó? No lo sé. La de champán, eso sí lo recuerdo, la descorchó uno de tus nietos del norte y  tras el  ¡poooooom! el taponcito de corcho se estrelló en la lámpara del techo  fundiendo una de las bombillas, rebotó y se estampó  contra el cuadro de nuestra Virgen de Guadalupe  para acabar en el plato de la prima Mari. A la novia del tío Fernan, “La nueva” cómo tú la llamabas por lo bajo, le oí decir  al tío Fernan que se había comprado unas bragas rojas para la cena de Nochevieja. Era un poco rara esa mujer creo. No me parece normal que tengas que decir a nadie el color de la ropa interior que una se compra sea fin de año o no y además no paró de toser.  Tuvimos que cerrar las ventanas porque se quejaba del frío que entraba. El caso es que cuando vosotros los mayores brindasteis con el cava yo, abuelita, intenté capturar en mi cabeza aquel momento, como quién intenta atrapar una mariposa con una red y ahora ese instante atrapado lo recuerdo a cada momento.

Fue una Nochebuena inolvidable y desde que tú, abuelita poco después, no pudieras salir de la UCI  por culpa del maldito coronavirus, también irrepetible.

 

FIN




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