UN RELATO PARA ZENDA: LOS QUINCE MINUTOS DEL SEÑOR PÉREZ
LOS
QUINCE MINUTOS DEL SEÑOR PÉREZ
Mi vecino del bajo. Un señor mayor,
octogenario, que vivía solo y, sobre todo, a su aire le gustaba pasarse —siempre
un cuarto de hora tarde— por las reuniones de la
comunidad de vecinos. Nos pedía que le
hiciéramos un resumen —a voces, porque era duro de oído— de lo que se llevase hablado hasta el momento para luego
decir que le daba igual lo que se
acordase —que él ya haría lo que le diera la real gana—. Incluso alguna vez la administradora me llegó
a sugerir —no
sé sí en broma o en serio,—que añadiéramos a las citaciones
de la comunidad de propietarios una tercera convocatoria denominada: "La del Señor Pérez"
Un verso
libre.
Pero con
el confinamiento COVID19 me preocupó el señor Pérez. No ya por
ser sujeto de riesgo a infectarse y quedarse esperando a morir en las puertas de
una UCI o convertirse directamente en fiambre/mojama en su casa. Con la cacerolada de las siete o con los
aplausos de las ocho o a cualquier otra hora — cuando me asomaba desesperado/confinado a dar bocanadas como pez de escamas pálidas fuera del agua en mi balconada de
un metro de largo por otro de ancho—, veía al señor Pérez abajo en la calle provisto
de bolsas de basura, como un pistolero
del oeste con sus pistolas —una en cada mano— y atada a su cinturón una bolsita con una botella que si bien al principio creía que era de agua
para beber luego comprobé que era una que cogía directamente casi al azar del contenedor
amarillo de los reciclados.
El señor Pérez, a buen seguro sufría un
proceso de demencia senil desencadenado/acelerado
por su confinamiento, con tintes de síndrome
de Diógenes o como se quiera catalogar. Yo soy abogado, no médico, ni asistente
social, pero me puse una mascarilla —no era de las buenas— pero era la única que tenía y con esa teníamos que apañarnos todos en casa para que
al menos la gente no nos mirase mal por la calle. Me enfundé unos guantes —que pude
coger con disimulo de la frutería— y sin poder aguantar más toqué a la puerta del señor Pérez.
—Buenos
días, señor Pérez ¿necesita usted algo?—pregunté antes de expresarle/confesarle mi inquietud.
El
vecino me miró con sus ojos pequeños, pero vivos, escrutándome receloso/intrigado.
—Verá,
señor Pérez le he visto rebuscando en el contenedor de los reciclados y
siempre va cargado con bolsas de basura.
El señor
Pérez se descojonó abiertamente y después entre toses por el esfuerzo se disculpó por si ese hecho hubiera podido
suponer un riesgo vírico para mi persona. "Que corra el aire"", dijo
dando un paso atrás.
"Hay que respetar las normas de distanciamiento social",
añadió y después me aclaró: "No te
preocupes vecino. No se me ha ido la
cabeza. Llevo bolsas de basura para ir
soltándolas por los contenedores de la ciudad y así darme mis paseos. Es mi
salvoconducto"
Me fijé
en su tez bronceada y entendí.
Una
oleada de ridiculez propia me recorrió el cuerpo y no pude menos que reírme.
Cuando me despedía se ofreció a tirarme los envases de plástico. "Pesan
muy poco y son fáciles de llevar para mis paseos", me explicó.
Al poco
se sucedió la desescalada, con esos horarios y turnos para todos y para todo, y
claro, el señor Pérez tan poco dado a
atarse a horarios y normas cayó.
Fue él quien
llamó a mi puerta.
—Me han
multado. Los cabrones de la policía local me han multado —
dijo visiblemente indignado.
Me
explicó que eran las siete menos cuarto cuando un policía local en la parte alta de la ciudad — bastante alejado de la parte baja que era dónde vivíamos—le amonestó porque no
era todavía la hora del paseo de los
abuelos.
El señor
Pérez le dijo al agente que con el lío de horarios, fases y actividades nadie se podía aclarar. Pero ante
aquel representante de la autoridad el
sindiós/desescalada no le sirvió para
escapar de/ahorrarse la multa.
—No
llevaba usted alguna bolsita de basura o de reciclados?—pregunté
apenado por él.
— Tiré
una en la plaza mayor y la otra un poco antes de que me parase el desalmado —me aclaró con una mueca de rabia.
—Quizás
le tendrían fichado. ¿Por qué no le pide un certificado al médico recomendándole caminar para que pueda controlar su azúcar o su colesterol?
—Estoy sano como una manzana. De azúcar y grasas estoy casi como de dineros que no llego al mínimo. Ahora
que van a abrir las iglesias al culto
tendré que enterarme bien de los horarios, para pedir en sus puertas y a ver si coinciden esos horarios con los de los viejecitos porque una multa más y me matan, pero de verdad.
Me explicaba que con su pensión no contributiva y tres hijos en el paro temporal/perpetúo debido a un ERTE o cómo se llamara aquello que no podía/sabía cómo apoquinar y que como yo era abogado que, por favor, le recurriera la sanción. Con el atasco/descontrol que debería de haber en todos los lados/chiringuitos de la administración confiaba en que con un poco de suerte cuando le tocara el turno estando allá arriba en el cielo/infierno/lo que quiera que haya no creía que le insistieran/rogaran/rezaran mucho para pagara.
Me explicaba que con su pensión no contributiva y tres hijos en el paro temporal/perpetúo debido a un ERTE o cómo se llamara aquello que no podía/sabía cómo apoquinar y que como yo era abogado que, por favor, le recurriera la sanción. Con el atasco/descontrol que debería de haber en todos los lados/chiringuitos de la administración confiaba en que con un poco de suerte cuando le tocara el turno estando allá arriba en el cielo/infierno/lo que quiera que haya no creía que le insistieran/rogaran/rezaran mucho para pagara.
Le
entregué dos botellas vacías que me quedaban de mis paseos y le dije:
—No te preocupes. Que de ésta saldremos.
—No te preocupes. Que de ésta saldremos.
—A la
calle seguro—me respondió guiñándome un ojo.
FIN
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