UN CUENTO DE NAVIDAD PARA EL CONCURSO DE ZENDA
Regalo
por Navidad
Hasta no hacía mucho a Carlos, un niño, por entonces, rollizo de cabello castaño
y sedoso una de las cosas que más le gustaba era la Navidad. Acababan las
clases y eso suponía una larga sucesión de días sin madrugar; mucho tiempo para no hacer nada en concreto y
para cuando el aburrimiento se adueñaba
de su existencia, como las estrellas de la noche : la cabalgata de los reyes
magos. Preludio mágico de muchos regalos
que se ajustaban (de manera sólo aproximada) a lo pedido a los Reyes Magos. Redactaba una carta que solía reescribir muchas veces unas para cambiar (lleno de dudas) las peticiones y
otras porque la caligrafía no era buena y consideraba que
debería esmerarse en facilitar la tarea a los Reyes Magos si quería que le trajeran lo
solicitado. Nada más pensar en todas las
cartas de los niños de su colegio se hacía una idea del inmenso trabajo de las Majestades de Oriente.
Carlos prefería llevar su carta a Correos (escribiendo en letras mayúsculas el
remitente). Creía que era un sistema más seguro que entregársela a esos pajes
reales ataviados con ropajes de colores chillones como aves tropicales ( que
con tanta carta recogida seguro que podrían perder alguna) y aunque no sabía qué dirección poner, pensaba
que los destinatarios era lo suficientemente
importantes como para que les hicieran
llegar su carta de cualquier manera. Pero
para Carlos lo mejor de las Navidades era que papá y mamá seguían trabajando en sus
oficinas. Cuando se acababa el colegio en un viaje relámpago sus padres lo dejaban en el pueblo al cuidado de la abuela. En el pueblo, aunque no estaba demasiado
lejos de la ciudad (apenas a 40 km a la espalda de una sierra) la vida era muy
diferente. No había tráfico y se
respiraba una tranquilidad que se hacía patente nada más llegar, como cuando en
casa se apagaba el televisor y un silencio sorprendente y balsámico comenzaba a escucharse. Carlo jugaba con otros niños de manera despreocupada
y muy diferente a como lo hacía en la ciudad.
Iban hasta al río cruzando un puente de madera que se bamboleaba
demasiado al cruzarlo y luego, al
mediodía, cansado de tanto corretear de aquí para allá la abuela le tenía
preparadas siempre unas riquísimas patatas fritas como nunca probaba en ningún
otro lugar. Después de comer la abuela
le guiñaba el ojo y le ofrecía un mantecado y una tira generosa de alfajor casero que había
preparado antes inundando la casa de un
delicioso aroma a pasta de almendra y azúcar, eso por no hablar de los roscos
fritos caseros que siempre había en casa fueran Navidades o no. "Mamá, no quiero que le des tanto dulce al niño, no es bueno", le decía la
madre de Carlos. Por eso la abuela
esbozaba una sonrisa al nieto en señal de complicidad dándole aquellos
dulces. A Carlos le fascinaba el árbol de Navidad de casa de la abuela. Era un
arbolito apenas un palmo de altura más grande que él, de ramas voluminosas y
verdes, pero era auténtico, no como esos de plástico comprado
en los chinos que colocaba mamá. Y también le gustaba mucho el portal de Belén.
ocupando toda una habitación, más grande que el salón de su casa. Un tablón de madera sustentada por caballetes (que
antes se utilizaba para las grandes reuniones familiares) servía para colocar
un inmenso Nacimiento con una alfombra
de musgo natural que cogían del río.
Hasta que unas Navidades (Carlos había
empezado a estudiar en el instituto) los
reyes magos llevaron a casa de la abuela
un presente que a Carlos le hizo dar botes de alegría: un teléfono móvil.
Y
las cosas cambiaron.
—Abuelita, ¿no tienes instagram? —sorprendido de que
alguien pudiera vivir sin eso—.¿Abuela por qué no pones
internet? Mis datos se me acaban —decía Carlos muy preocupado a las Navidades siguientes.
Hasta que finalmente viendo la actitud reacia de su
abuela se negó a pasar más Navidades en el pueblo. Decía que ya era mayor y que
se podía quedar en casa solo aunque la
verdad era que no había mucha cobertura en el pueblo y que sin poder whasapear con sus amigos del
instituto se aburría como una ostra.
Desde
entonces las Navidades en el pueblo con la abuela quedaron reducidas a dos
días, a pesar de lo cual Carlos pasaba la mayor parte del tiempo pendiente de
su pantalla entre pitidos, notificaciones y avisos de whasaps
y apenas si salía a la calle para jugar
con otros niños que ahora le parecían gente extraña y aburrida. Sus amigos de la
ciudad eran mucho más divertidos y en la
onda.
Quizá fuera a la Navidad siguiente cuando
Carlos comprendiera el valor del abrazo
y los besos de su abuela. Justo cuando ya nunca más podría recibirlos. Lecciones
amargas que ofrece la vida para que tarden en olvidarse mostrando la verdad de las
cosas con puños de acero golpeando el rostro.
Carlos recordaría para siempre las Navidades con su abuela. Sus conversaciones, consejos y besos habían sido un valioso regalo. Cosas
que ahora nada más pensarlas le incendiaba el corazón. Nada que ver con
aquella pantallita manoseada que no soltaba ni un instante para estar conectado en tiempo real a la nada más absoluta.
Quizás, comprender esa dependencia a un mundo tan virtual como vacío fuera el mejor
regalo que alguien, como su abuela, una
vez le hizo.
FIN
Juanma, una historia preciosa, no he podido contener las lágrimas al final, y mira que lo he intentado. Enhorabuena campeón. Feliz Navidad.
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