NUNCA SE SABE
NUNCA
SE SABE
Escuchabas tu diagnóstico con la mirada puesta en el folio que el médico
sujetaba entre sus manos mientras lo leía. Apenas levantó la vista del informe, como
si temiera cruzarse con tu rostro de desesperación.
Ese rostro perfilado
en quienes contemplan el abismo de la
palabra cáncer a sus pies. Pero dónde
otros señalaban una honda angustia tú dibujaste una sonrisa mientras guardabas
el sobre con el informe en el bolsillo de tu gabardina.
María no había regresado aún a casa. Otro día que en el trabajo se le habrían acumulado
demasiadas cosas. Se quejaba del excesivo papeleo y encargos en la oficina. Ahora
recordar que para ella la oficina era un sin vivir te hacía reír.
Dos días antes llegó a las dos de la mañana. Te
extrañaba que se pudiera trabajar hasta tan tarde en una oficina.
"Salimos a
cenar algunos compañeros y nos quedamos después a terminar algo pendiente",
te dijo.
Te levantaste sobresaltado
del sofá y cogiste del mueble de la entrada el sobre con el membrete
de la clínica. Lo arrojaste a la basura hundiéndolo en el fondo para asegurarte
de que no lo pudiera ver y el informe, aquel papel que en tinta impresa acotaba tu vida a un
incierto: "No se sabe, eso depende", lo guardaste en una carpeta azul
raída donde tenías diplomas y
clasificaciones de carreras. Un lugar donde seguro María tampoco miraría.
No querías
preocuparla. Tal vez debería saberlo, pero para qué trasladarle angustias,
pensabas. Tú sabías que eras capaz de sobra de llevar aquella cruz sobre tus
hombros en silencio y solo.
Sin necesidad de
preocupar a María ni a nadie.
Aquella noche regresó otra vez tarde. Los ojos le brillaban. Desprendían un
fulgor excitante y te alegraste por María aunque en el fondo de tu corazón
intuías que unos papeles de trabajo y unos asuntos resueltos no podían ser causa de unas pupilas tan resplandecientes.
"María, tengo
que decirte algo", musitaste entre las sábanas.
Pero comenzó
a respirar profundamente y tú pensaste que era mejor callar. Fue a
la noche siguiente María la que
dijo: "Tengo que decirte algo",
y entonces abriste los ojos de par en par como un cielo que cansado de llover
se torna brillante y despejado. Respiraste hondo para hacer acopio de tiempo y
fuerza. Ingenuamente pensaste que tal
vez había visto el sobre de la clínica,
o peor aún el informe, pero enseguida
tus temores se disiparon.
"Hay otra persona
y no puedo seguir contigo", le escuchaste decir.
Entonces pensaste
que hiciste bien en no decirle nada y que mejor que lo vuestro acabara. Mejor
que le pusiera ella fin a que se lo
pusieras tú, aunque fuera por imperativo
biológico. Aún no queriéndolo. Pero
también que estabas decidido aunque fueras tú solo, mientras te quedara un soplo de vida, a seguir luchando. Desconocías el significado
de la palabra rendirse.
Fue tiempo después
cuando te encontraste por casualidad con María en un café y tú le preguntaste cómo estaba. Te respondió que bien. Y todavía, no sabes por qué, le
preguntaste después por aquella otra
persona. "Se acabó. En realidad todo se acaba", te dijo y tú con
un brillo en los ojos y un nuevo informe médico con una nueva prórroga indefinida impresa a tinta le respondiste:
" No se sabe, eso depende", y le besaste la mano mientras te
despedías de ella, alejándote de allí
con paso firme, decidido.
Sin miedo.
Como si en realidad,
nunca se supiera.
FIN
- La vida da muchas vueltas- decía mi madre, nacida en Úbeda, tierra de sabios o de sabios que pisan la tierra. Luego leí en un libro de un prestigioso psiquiatra, la misma frase sobre la vida. Mi madre era analfabeta.
ResponderEliminarMe ha gustado la superación de ambas tragedias por parte del personaje.
Saludos