LA NOVELA EN EL TRANVÍA. RESEÑA BIBLIOGRÁFICA.
La
novela en el tranvía
Hace cosa así de cuatro
semanas, allá por noviembre, paseando por Jaén me tropecé con un kiosco de esos grandes con infinidad de
revistas y libros desparramados por su alrededor. Siempre que veo libros me
detengo, no puedo evitarlo, me gusta
ojearlos; detenerme en el título y repetirlo varias veces para mí, fijarme en la imagen de la portada y en el nombre del autor; también tocarlos, sentir
el tacto de las tapas y la encuadernación. En este caso, decía, después de coger la
prensa dominical y casi cuando ya me marchaba, me fijé por casualidad en un
librito muy pequeño de unos 15 cm de largo por apenas 10 cm de ancho y muy
fino. Era “La novela en el tranvía” de
Benito Pérez Galdós, en una edición realizada por la Universidad de Jaén en el
2011 con motivo de la celebración del la XXVI feria de libro de Jaén que se
celebró en el parque de la concordia del 6 al 15 de mayo de ese año. Pensé cuál habría podido ser la historia de un libro salido al a luz cuatro años y medio
atrás para ser expuesto en un tenderete
de libros en la plaza antes mencionada. Sospecho que el ejemplar que ahora
tenía delante de mí no fue vendido o tal vez sí. El caso es que ahora por el
módico precio de 1,50 euros podría adquirirlo y
formar parte desde ahora de la historia de ese libro y él de la mía. 1,50 euros es lo que puede valer un botellín
de agua, o un café, o una cerveza y si se mide la eficacia del gasto del dinero
en el placer reportado sin duda ese libro me daría con su lectura un placer
mayor y por más tiempo que el de todas las cosas anteriores juntas, a no ser
que la consumición de dichas bebidas fuera hecha en compañía de personas
interesantes, por tanto volví a rascar
el fondo de mi bolsillo para añadir al precio del periódico y el suplemento el
importe del libro.
Tiene un breve prólogo en el que se indica que como un estudioso de
la obra galdosiana, Julio Peñate Rivero
reseña la gran influencia del Quijote en
esta obra. Huella que queda manifiesta
con la presencia de viajes imaginarios en el tranvía volante de la obra y el
Clavileño cervantino y también por el deseo deshacer entuertos imaginarios existentes
tan solo en la cabeza del protagonista de la novela, el justiciero lector del tranvía, y el ingenioso
hidalgo Don Quijote.
Dicha novela, una narración
corta fue uno de sus escritos más tempranos publicado
allá 1871, es decir, hace la friolera de
143 años pero aún así resiste muy bien el paso del tiempo proporcionado un relajado divertimento al
lector de hoy como al de antaño.
Me ha gustado especialmente dos pasajes de la novela. Uno,
en el que Galdós hace una maravillosa comparación del tranvía con la existencia
humana (páginas 19 y 20) y otro que es una brillante descripción puramente
imaginativa del tranvía como si fuera
primero un submarino y luego después un avión y otro pasaje en el que compara
al tranvía como si fuera la vida misma (página 34 y 35)
Página 19 “…Es singular aquel breve conocimiento con
personas que no hemos visto y que probablemente no volveremos a ver. Al entrar,
ya encontramos a alguien; otros vienen después que estamos allí; unos se
marchan, quedándonos nosotros, y por último también nos vamos. Se parece
aquello a la vida humana, en que al nacer y el morir son como estas entradas y
salidas a que me refiero, pues van renovando sin cesar generaciones de viajeros
el pequeño mundo que allí dentro vive. Entran, salen; nacen, mueren…¡Cuántos
han pasado por aquí antes que nosotros! ¡Cuántos vendrán después!
Y
para que la semejanza sea más completa, también hay un pequeño mundo de
pasiones en miniatura dentro de aquel cajón. Muchos van allí que se nos antojan
excelentes personas, y nos agrada su aspecto y hasta les vemos salir con
disgusto. Otros, por el contrario, nos revientan desde que les echamos la vista
encima; les aborrecemos durante diez minutos; examinamos con cierto rencor sus
caracteres frenológicos y sentimos verdadero gozo al verles salir. Y en tanto sigue
corriendo el vehículo, remedo de la vida humana; siempre recibiendo y soltando,
uniforme, incansable, majestuoso, insensible a lo que pasa en su interior, sin
que le conmuevan ni poco ni mucho las mal sofocadas pasioncillas de que es mudo
teatro: siempre corriendo, corriendo sobre las dos interminables paralelas de hierro,
largas y resbaladizas como los siglos…”
Página 34 “…A
media que era más intenso aquel estado letargoso, se me figuraba que iban
desapareciendo las casas, las calles, Madrid entero. Por un instante creí que
el tranvía corría por lo más profundo de los mares: al través de los vidrios se
veían los cuerpos de enormes cetáceos, los miembros pegajosos de una multitud
de pólipos de diversos tamaños. Los peces chicos sacudían sus colas
resbaladizas contra los cristales, y algunos miraban adentro con sus grandes y
dorados ojos. Crustáceos de forma desconocida, grandes moluscos, madréporas,
esponjas y una multitud de bivalvos grandes y deformes cual nunca yo los había
visto, pasaban sin cesar. El coche iba tirado por no se qué especie de nadantes
monstruosos, cuyos remos, luchando incesantemente con el agua, sonaban como las
paletadas de una hélice, tornillando la masa de agua con su infinito voltear.
Esta
visión se iba extinguiendo y después me pareció que el coche iba por los aires,
volando en dirección fija y sin que le agitaran los vientos. Al través de los
cristales no se veía nada, más que espacio: las nubes nos envolvían a veces;
una lluvia violenta y repentina tamborileaba en la imperial y de pronto
salíamos al espacio puro, inundado de sol, para volver de nuevo a penetrar en
el vaporoso seno de inmensos celajes, ya rojos, ya amarillos, tan pronto de
ópalo como de amatista, que iban quedándose atrás en nuestra marcha. Otras
veces pasábamos por un sitio del espacio en que flotaban masas resplandecientes
de un finísimo polvo de oro: otras veces, aquella polvareda que a mí se me
antojaba producido por el movimiento de las ruedas triturando la luz era de
plata, otras verde como harina de
esmeralda, y por último, roja, como harina de rubís. El coche iba arrastrado por algún volátil
apocalíptico, más fuerte que el hipogrifo y más atrevido que el dragón; y el
perenne rumor de las ruedas y de la fuerza motriz recordaba el zumbido de las
grandes aspas de un molino de viento, o más bien el león abejorro del tamaño de
un elefante. Volábamos por el espacio sin fin, sin llegar nunca; y entretanto
la tierra estaba allá abajo, a muchas leguas de nuestros pies;…”
Para terminar, la historia
que se narra transcurre como podrán imaginar en un tranvía que recorre las
calles de la capital de España. En él, un joven entabla conversación con un
locuaz médico que le informa del trágico lace por el que está pasando un condesa.
A partir de ahí, el joven se va
construyendo en su cabecita una disparatada historia dónde intentará hacer prevalecer la verdad del caso
de la condesa. Una historia surrealista, disparatada y sobre todo divertida no exenta de pinceladas filosóficas y de profunda reflexión.
En definitiva una muy divertida historia para acabar el 2014.
Muy interesante la reseña. No conocía esta novelita
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